La mía inició en los brazos de un par de muy valientes jóvenes de veintitantos años que, seguramente, no tenían la menor idea de lo que hacían entonces –por tercera vez–, y después de haber perdido a su segundo hijo de meses de nacido. –“¡Constela eso!”–me han dicho varias veces. Por supuesto, lo hice y, POR SUPUESTO, la narcolepsia que me diagnosticaron se debe al espíritu de mi hermano, o algo así.
Sigo, pues: mi historia inició en una familia “católica-no-practicante” pero cercana al Opus Dei –uno de los jóvenes en cuestión era recién egresado de la Universidad Panamericana. Una familia de clase media, muy media, pero con apellidos españoles y escoceses. Muy cool, ¿no?
Escuela católica para niñas con uniforme a cuadros y clases de “cómo poner la mesa”; familia no tan numerosa pero lo suficiente como para recordar Navidades llenas de piñatas y dulces; diez en conducta, misa los domingos, misiones, escolta, una muy buena familia. ¿Qué pensaría la sociedad del futuro de una niña así? Qué te parece esto: inició sus estudios en una buena universidad para terminarlos con mención honorífica a los 22 años; se fue a hacer una maestría a Estados Unidos o a Europa y volvió a México para casarse por la iglesia con su novio de “familia bien”, formó a su familia y en sus early 30’s comenzó a escalar en el mundo corporativo.
Nada de eso pasó. Lo que sí pasó: un secuestro exprés traumático, cuatro universidades, carreras truncas, depresión juvenil, relaciones tóxicas, bancarrota. Una cadena de aparentemente malas decisiones…
Y siguieron las –¿malas?– decisiones: poner una empresa sin un ápice de experiencia, dejar esa empresa por un puesto operativo, renunciar a un puesto ejecutivo a los 38…
… Regresemos diez años: era tal el síndrome del impostor a mis veintitantos que pensé que nadie en el mundo me contrataría, así que emprendí mi propia consultoría –sí, creí que esconderme detrás de una marca iba a facilitar que me contrataran… JA JA JA. Un negocio que en realidad nunca fue “negocio” pero sí una gran escuela de resiliencia y autoestima. Utilicé lo aprendido para años después escalar rápidamente en el mundo corporativo hasta formar parte del equipo de liderazgo de la casa de bolsa que a la vez se convirtió en una de las fintech de mayor prestigio en México: mucha autoestima para mi banco emocional. Con ese superávit emocional, conocí a mi actual esposo y padre de mi hija: un hombre que antes yo hubiera visto distante, desde mi “no título” hasta su Phd –sí, ¡qué ridícula podía llegar a ser! –, pero que hoy es mi principal cómplice, socio de vida e impulsor.
Después, otro quiebre: en la cima de mi corta carrera corporativa decidí ser mamá y, meses después, dejé atrás el título “C” que enmascaraba a mi “impostora” con tanta efectividad.
– “No seas pendeja”, “Estás idiota”, “Estás loca”, “¿Dónde vas a encontrar un trabajo tan bueno como el que tenías?”, “¿Por qué no mejor te consigues un puesto más tranquilo y ya"?”, “Obvio en unos meses igual vas a buscar una chamba así, ¿no? al fin que ya tienes cuates head hunters”.
Hace poco le decía a mi terapeuta que las decisiones que he tomado con los mejores resultados para mi vida han sido aquellas en las que escucho a mi intuición: las que tomo desde lo que soy yo, sin máscaras, y desde mis narrativas más honestas; no desde el miedo, desde el ego ni desde las narrativas sesgadas que me cuento a mi misma o me cuentan los demás.
Hoy puedo decir que esa renuncia no parecería racional, pero lo hice con la decisión de incomodarme para encontrar caminos mucho mejores. Me propuse superar mi nivel de ingreso y trabajar menos tiempo para poder disfrutar a mi familia, y lo estoy logrando. Me propongo ahora consolidar mi camino de autonomía y poder seguir narrando una historia de buenos y malos momentos pero con tendencia al alza: cada vez más conectada conmigo, con quienes amo y con lo que amo hacer.
Hoy puedo decir que me encuentro en un muy buen momento, pero que hace 6 años no hubiera podido imaginar cómo se iba a transformar mi vida para bien; así como tampoco dónde estaré dentro de 6 años. Somos dueños únicos de nuestras decisiones, pero socios del contexto en lo que respecta a los resultados. Y por ahí se dice que somos lo que hacemos con lo que nos pasa: las nuevas decisiones que tomamos una vez que llegan esos resultados, sean buenos o malos.
Mi camino pareciera no ser muy ortodoxo, pero lo siento muy mío. Mis decisiones no fueron buenas ni malas, sino “mías” y “ajenas”. Pero aquellas que catalogo como “mías”, las que me llevaron a hacer las cosas A MI MANERA, son justo las que más me han ayudado a crecer. Como dice Nicole LePera en How To Do The Work, “SelfHealing is not only possible, it is our reality as human beings, because no one outside of us can truly know what is best for each of us in our uniqueness”.
Y es por eso que hoy te invito a que nunca dejes de preguntarte quién eres: quién de verdad eres. ¿Qué historia te cuentas para responder esto? Verás que dentro de 5 años la narrativa será diferente; o dentro de 3 meses. Sin embargo, entre menos máscaras usemos mejor veremos nuestro yo real y nuestra verdadera historia.
Y es con esos lentes con los que debemos tomar NUESTRAS decisiones: solo así podemos disfrutar de los buenos resultados y aprender de los malos. He ahí la importancia de contarnos nuestra historia una y otra vez hasta encontrar nuestra verdadera escencia.
Food for Thought
En la semana una buena amiga me compartió un episodio del podcast de Isa Casas sobre Dinero y Poder. Habla de aquellas personas que adoptan una actitud agresiva en torno al dinero cuando toman el poder desde sus posesiones materiales para “inflarse” ante los demás. Creo que en el entorno en el que crecí me topé con personas así y caí en la trampa de sentirme menos, y esto es la otra cara de la misma moneda. Ya escribiré sobre eso cuando lo entienda mejor… o para entenderlo mejor.
Escuché en estos días a Víctor Saadia entrevistando a Pablo Sánchez en su podcast Volver al Futuro. Ya había escuchado sobre Pablo en esta joya de conversación con mi estimado Javier Morodo y lo conocí en su Wealth Mastery. Pensé que él y Víctor hablarían acerca del juego del dinero, los “info-productores”, o family offices. No hablaron de nada de eso. Hablaron de sus emociones –¡aplausos de pie!–. En el marco del 8M me hicieron reflexionar en algo que se relaciona mucho con mi postura con respecto al feminismo: así como necesitamos que más mujeres tengan acceso a oportunidades, puestos de liderazgo, recursos económicos, entre muchas otras cosas, necesitamos que más hombres tengan acceso a sus emociones. De otra forma no vamos a ganar el juego de la equidad como sociedad.
“Somos el tiempo que nos queda”. Escuché esta frase de Gina Jaramillo en Más Cabrona que Bonita de Ana Vic García. Me voló la cabeza. Quizás es porque en mi vida profesional me dedico a ayudar a las personas y empresas a reinventarse, a generar valor desde el propósito y utilizar el tiempo de manera inteligente. Quizás es porque yo misma estoy en el camino de buscar la forma de dedicar cada uno de mis días a personas y actividades que me nutran. Pero sí: somos el tiempo que nos queda.
Al toro por los cuernos. Enhorabuena! El poder de la intuición nunca falla.
Gran reflexión! Son máscaras y de frente 🙌🏻