Llegué a una de mis cafeterías favoritas inspirada para escribir sobre algo que estuve pensando últimamente y cuando tuve en la mesa el chocolate con crema batida y una galleta de chocolate calientita, me llegó un mensaje, de esos que te hierven por dentro y que denotan lo mucho que has guardado un coraje desde hace tiempo.
Dejé lo que pedí en la mesa, me senté y me acomodé para responder lo que llevaba varios días pensando. Cuando terminé, pensé que me iba a sentir aliviada, pero no fue así. Todavía sentía coraje, pero fue por recordar que yo permití que esa situación rondara mi cabeza todos los días y que hoy arruinara mi día de descanso en mi momento favorito del día.
Para mi siempre ha sido complicado irme de relaciones amorosas o de trabajos; no por el trabajo, no por el dinero, si no por las personas; por el cariño y por lo que me enseñaron; termino retrasando decisiones y dejando mi tranquilidad en el último piso de la torre más alta. Pero ahora que lo veo en retrospectiva, nadie me ha dicho después de un tiempo que me siguen necesitando o que me extrañan. Parece ser que todos saben cómo avanzar, menos yo. Aunque también tengo que darme crédito, porque ya lo pienso mucho menos, sobre todo al notar que la balanza se está yendo solo del lado contrario. Lo que más me ha servido para poder desapegarme es simplemente no pensarlo tanto, porque si me detengo a pensar en lo que va a pasar inmediatamente después de que me vaya, seguramente será un poco de caos, como sucede con cualquier persona en cualquier aspecto de la vida. La cosa es que siempre todo se vuelve a acomodar con el paso de los días, pero no siempre lo pensé así. Fueron muchos los años donde me dejé sentir mal por comentarios como: “Me vas a dejar todo el trabajo a mi”, “Yo te di esta oportunidad, no me puedes dejar así”, entre otras cosas.
Así que, en vez de desglosar en mi libreta las razones por las que me conviene aguantar un poco más, hoy voy a hacerle caso a este pensamiento que no deja de rondar en mi cabeza y a las ganas inmensas que volver con mi familia y amigos. Simplemente voy a vivir el escenario que me toque vivir, que honestamente, siento que va a ser algo muy bueno.
Por ahora, hasta aquí se queda la anécdota de hoy. Muchas gracias por leerme.
-Con cariño, Ana.