La abdicación de la clase media
¿Qué fue primero? ¿La clase media abandonó la escuela pública o la escuela pública abandonó a la clase media?
En los ochenta, cuando los estudios sobre la transición se hicieron populares en la renacida ciencia política latinoamericana, un concepto se difundió rápidamente: la relación entre la “abdicación de los moderados” y la caída o ruptura de la democracia en Chile. Me gusta la idea. Siempre me pareció muy explicativa de lo que sucede cuando los partidos políticos moderados pasan a un segundo plano y las tendencias centrífugas ocupan el centro de la escena. Pero a la vez, hay algo de irresponsabilidad en ese accionar. No voy a entrar en detalles sobre lo sucedido en Chile en 1973, conocemos lo que pasó de sobra y sobre la instalación de una de las dictaduras más largas y sangrientas de la región. Si quiero recupera que, cuando esos moderados volvieron a ocupar el centro de la escena y la democracia Argentina y el accionar de Alfonsín impulsó el renacido régimen en la región, estos se impusieron en el referéndum de 1988 y Pinochet tuvo que ceder el poder. Como hay mucha bibliografía también al respecto (recomiendo los libros de Dante Caputo, Un péndulo austral y de Jesús Rodríguez, El caso Chile. La guerra fría y la influencia argentina en la transición democrática que explican muy bien todo esto) paso directamente al tema de hoy.
Me considero parte de la clase media desde que tengo uso de razón. Eso no significa nada dado que, según la mayoría de las empresas de medición de datos, son muchos más los individuos que se creen de clase media que los que realmente lo son según las variables económicas.
Los politólogos sabemos poco o mucho de muchas cosas (de casi todo), pero nada o casi nada de economía. Esta falencia me permite pasarme por alto los indicadores reales sobre pertenencia a un determinado segmento social y enfocarme en lo que realmente me interesa: la idea de una clase media “aspiracional”.
¿Cuál sería esa clase media aspiracional? Puede variar de acuerdo a la edad del observador, pero de nuevo, no estamos haciendo acá un análisis sociológico o académico, sino divagando cada tanto sobre los problemas del país. Como se sabe, los argentinos somos todos técnicos de fútbol y ministros de economía. Me voy a situar entonces en mi realidad etaria. Tengo 52 años (me saco los dos años que nos quitó la pandemia) y la idea de clase media, desde que tengo uso de razón es clara según la época, a fines de los setenta podía tener que ver con aprovechar el dólar retrasado para hacer algún viaje a Brasil o Miami o acceder al preciado televisor color. En el caso de mi familia, nunca hicimos ese viaje y llegamos tarde al televisor, pero teníamos teléfono fijo y éramos propietarios y comerciantes, un diferencial importante. Era cuestión de equilibrios.
Pero había algo a lo que la familia de clase media no renunciaba: una buena escuela pública a la que enviar a sus hijos. En ese tiempo el objetivo era bien claro, profesional o comerciante (estos últimos probablemente no habían terminado la escuela) mandaban a sus hijos a la escuela pública. La escuela privada quedaba para dos segmentos poblacionales: los que “realmente” tenían plata o los muy cercanos y practicantes católicos que hacían uso de las escuelas parroquiales (siempre más accesibles para el bolsillo). Como muestra basta un botón: Ricardo Fort se enorgullecía de su paso por el “Roca”, colegio público de Belgrano, en el que el tráfico clandestino de muñequitos Jack acrecentaba su popularidad.
Esa aspiración se completaba con los consumos culturales: en las pequeñas bibliotecas de esos hogares convivían primeras ediciones de Cien años de soledad con los libros recién publicados de autoras locales como Beatriz Guido o Silvina Bullrich (tranquilamente un lanzamiento de alguna de estas autoras podía alcanzar la friolera de 100.000 ejemplares), en un repaso por la discoteca de ese hogar (trabajador) se destacaba la presencia de discos de tango (Julio Sosa era el preferido de mi padre, quien nunca aceptó a Piazzolla en el olimpo musical) con el clásico de Serrat “A Antonio Machado, poeta”. No podía faltar tampoco la radio, clavada en Rivadavia, para escuchar sin solución de continuidad a Héctor Larrea por la mañana, Antonio Carrizo por la tarde, La oral deportiva en la tardecita y el inefable Riverito con la quiniela a la noche. ¿La televisión? un objeto secundario que solo se encendía para ver alguna novela de producción nacional, el noticiero y algún programa más (en casa se hizo popular “El Rafa”, por obvias razones gremiales). Estoy describiendo mi vida familiar, pero estoy seguro que, con más o menos precisiones, las de muchos lectores se pareció.
¿A qué se debe este ejercicio de nostalgia? ¿Qué relación tiene con el título?
Estoy convencido que en algún momento de los años noventa la clase media aspiracional se cansó, se frustró, se sintió traicionada. Y la primera traición vino por el lado de la educación pública. La escuela ya no fue ese lugar al que enviar a los hijos para formarse y hacer relaciones de por vida. Los maestros ya no fueron los maestros que nos formaron (mi querida señorita Angelita, por ejemplo). Los profesores tampoco (en el caso de mi colegio en particular, la llegada de la democracia permitió a muchos grandes docentes de secundaria volver a las aulas universitarias, este suceso positivo impactó de manera directa en la línea de flotación del, entonces, mejor colegio del partido de General San Martín).
Pero a la vez, estos sectores medio no supieron o no pudieron resistir. El canto de sirena de la educación privada, ahora accesible para muchos bolsillos, los sedujo. No quiero hablar de las sempiternas huelgas docentes, que hicieron lo suyo en quitar popularidad a la educación pública, pero una anécdota explica un poco la autocomplacencia progresista de defender la “educación pública” mientras hacemos lo que sea por la vacante en la Cristóforo Colombo. No es habitual que en el ámbito público y el privado coincida una huelga docente, pero a veces pasa. Esta anécdota es real. Hace unos años, la directora de una escuela pública mostró su enojó en redes porque la gremial a la que pertenecía había levantado un paro pero la del colegio (privado) de su hija no. Y ella ya había hecho planes para salir con su hija.
Quiero dejar la descripción de lo que pasa por estos pagos para recordar dos cuestiones sobre la transición española.
Hace un tiempo me contaron una historia que bien puede ser real. Al menos es creíble. En una reunión del dictador Franco con jóvenes partidarios, un insolente le hizo una pregunta sobre el “futuro de la democracia en España”. Franco lo miró con frialdad y le ordenó quedarse cuando la reunión terminara. El joven seguramente pensó que la había cagado y que, con suerte lo esperaba la expulsión del movimiento o, con mala suerte, el calabozo y el posible fusilamiento. Cuando quedaron a solas, Franco le preguntó a él por que pensaba que la democracia podía llegar a España. Y este, suspirando de alivio pero aun preocupado, le habló sobre la biología (“esperemos que sea dentro de unas décadas, pero algún día usted excelentísimo no va a estar, pero además estamos en Europa y en Europa de a poco se va imponiendo la democracia”, ideas generales pero, en ese contexto, expresadas con valentía). Franco lo volvió a mirar y le dijo “Mire jovencito, puede que la democracia llegue en algún momento a España, pero no va a ser por lo que usted dice, sino porque España ahora tiene clase media”.
Años después, algunas interpretaciones sobre la transición española, fundamentalmente la de Ignacio Varela en el imprescindible libro Por el cambio plantean que la transición solo fue posible porque los hijos de los ganadores de la guerra comprendieron que la convivencia valía más que su victoria y los hijos de los perdedores aceptaron que la libertad valía más que la revancha. Me gusta interpretar esta afirmación de la siguiente manera, ambos sectores comprendieron que tenían más que perder que lo que ganar si seguían enfrentados.
En nuestro caso, y no necesariamente por la transición, dado que los actores eran otros, se produjo un retroceso cultural muy importante desde los años noventa en adelante. Por ejemplo, si vemos la reciente biopic sobre Fito Páez (es lo que tenemos a mano hoy), nos vamos a sorprender con un dato en el que no nos detenemos: el rock nacional lo hacían los hijos de la clase media, y poco tenía que ver con la política (por más que el relato fuerce otra interpretación) o con el fútbol. En algún momento de los noventa esta relación formativa se perdió. Aparece el rock barrial y la relación directa con las barras. La primera víctima, la calidad del producto. Me sorprendí, y no gratamente, cuando en la boda de un primo (clase media alta) meses después de diciembre de 2004 sonó Callejeros como música central de la boda. No solo me pareció de mal gusto (Cromagnon era un hecho reciente) sino que me sorprendió el consumo cultural de las nuevas generaciones.
Dónde había quedado, no ya la música árabe que nunca falta en un evento familiar, sino también el clásico set que combinaba GIT con Serú Girán y Soda Stereo, ahora reemplazado por Callejeros, La Renga o algún otro.
La clase media abdicó. No es solo un problema de representación partidista . Para que voy a ver una película de Coppola sobre la mafia si Netflix me ofrece “La heredera de la mafia”.
Si en los años setenta se esperaba con ansiedad un nuevo libro de Beatriz Guido, hoy la centralidad de la feria del libro la ocupa una autora que reside en California y cuyos relatos se leyeron primero en plataformas o aplicaciones. Podemos pensar “que bueno, los adolescentes leen de nuevo”, hasta que vamos a la versión “cinematográfica” de Netflix (aclaro, adoro Netflix y no entiendo mi mida sin mis hijos, mi mujer y dicha plataforma) y no toleramos (ni entendemos) más allá de diez minutos (hice el ejercicio posterior de leer comentarios sobre el producto, y todos eran negativos, pero igual es la gran sorpresa de la Feria y las entradas para su presentación se agotaron más rápido que las del partido de Argentina después del mundial).
Por qué nos sorprendemos del ascenso político de expresiones (de izquierda o derecha) con nula densidad intelectual. No podemos sorprendernos, el sector social que debería exigir subir la vara hace rato la tiró al costado de la ruta y se conformó con “lo que hay”.
¿Son todas pálidas? No. Hay aun resistencias activas. Sería injusto no destacar que la aparición del movimiento de Padres Organizados, en los primeros meses de las restricciones por la pandemia, fueron un faro en que mirarnos al exigir la apertura de las aulas. Ellos recogieron la vara. Es cuestión de empezar a elevarla de nuevo.
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Ah, para cerrar, ese joven que se quedó reunido con Franco, se llamó Adolfo Suárez y encabezó la transición española y el primer capítulo de la modernización de ese país.
Hasta la próxima.