Hace muy pocas semanas, estaba caminando por la calle, con el murmullo de la ciudad como banda sonora y el aroma de la lluvia recién caída en el aire (es broma, si ya no llueve nunca ja ja ja deprimente). Volvía a casa después de ir a comprar un poco de chocolate, cuando de pronto, al girar la esquina me encontré de frente a un bellísimo labrador blanco. Su pelaje resplandecía bajo el sol (lo que decía, que no llueve). Me quedé totalmente anodadado, estupefacto, como si el tiempo se hubiera congelado en un eterno instante de asombro. Bueno, quizás exagere describiendo mi reacción pero sí me paré a contemplarlo y, de verdad, puedo decir que es el perro más bello que jamás he visto. Estaba sentado junto a su dueña, una joven que miraba dentro de una mercería, perdida mirando un mar de colores y texturas, seguramente esperando a alguien que estaba comprando sábanas, hilos y botones.
Como suele ser propio de mí, me acerqué sin pensarlo movido por la emoción. El amor me salía del pecho como un río desbordante, lleno de anhelos y ternuras incontenibles. Le pregunté a la dueña si podía acariciarlo (aunque yo pretendía besarlo) y después de recibir consentimiento, le tendí la mano para que me oliera (al perro), extendiendo un puente invisible de confianza transespecie. A los pocos instantes, ya lo estaba abrazando apasionadamente. Y siempre con una sonrisa y muchos sonidos que nos hacían danzar amorosamente en un vals de alegría compartida.
La dueña flipando y con ganas de hacer un trío.
La animalidad en la era de la cultura
Siempre me han gustado mucho los animales y por suerte he podido convivir con varios. De joven quería ser zoólogo y no descarto estudiar biología algún año próximo. Creo que la biología es una dimensión muy poderosa de nuestra naturaleza (valga la redundancia), un océano inexplorado que subestimamos, cuyas olas moldean silenciosamente el continente de nuestro comportamiento, o es como un río subterráneo que nos pasa desapercibido pero que configura un subsuelo fértil y vivo.
Creemos que somos algo más que animales, incluso algo diferente y superior, pero somos, sobre todo, animales. Somos más lo común con ellos que lo que no diferencia. Cuánto daño nos hizo algunas filosofías y espiritualidades que demonizaron lo animal en el ser humano.
También es cierto que nuestro contexto actual es más cultural que salvaje (“natural”) y ello debería hacerme ser más moderado en mis afirmaciones. Aún sabiendo esto, dejadme continuar con mi perra, nunca mejor dicho.
Curiosamente, a ese precioso labrador, nadie le juzgaría negativamente si mostrara todo tipo de comportamientos absolutamente esperables dado su paquete innato recogido en su genética, por ejemplo al mostrar celos. Pero cuando el ser humano muestra comportamientos también innatos, rápidamente son juzgados con dureza, como si su naturaleza racional, de autocontrol, fuera un imperativo moral. Qué poco cariñosos somos con nuestra animalidad. Entiendo que hay aspectos muy peligrosos cuando no tenemos autocontrol, pero es como si el miedo a la mordedura de un perro no nos permitiera tener amigos perrunos.
Además, tampoco es cuestión de si hay comportamientos o no celosos, sino si hay o no emociones de celos (vividas interiormente).
Publicación sobre celos masculinos en The Journal of Transpersonal Research
Recientemente, me han publicado un artículo en la Journal of Transpersonal Research sobre los celos masculinos en el poliamor y la novogamia desde una perspectiva biologicista.
Aunque un meta-análisis (Harris, 2003) ya descartó diferencias en la forma de vivir los celos según el sexo por razones biológicas, he explorado igualmente esta perspectiva. Además, yo lo exploro en el contexto del poliamor y creo que ahí está la novedad y relevancia.
De hecho, en mi artículo intento no perder de vista la influencia significativa de los factores ambientales (que configuran distintas distribuciones de recursos materiales y parejas sexuales y diferentes dinámicas de cooperación y competición) y culturales.
Además, argumento que la monogamia (o algo cercano a ella) ha sido probablemente el sistema predominante de nuestros ancestros, incluso desde el Pleistoceno (hace casi 3 millones de años) lo cual sugeriría muchas más similitudes que diferencias entre hombres y mujeres. La norma habría sido la relación de pareja estable y de apego para invertir en una crianza prolongada y costosa. Además, las altas tasas de mortalidad materna podrían apoyar estas ideas. Así pues, no se sustentaría un modelo histórico y prehistórico de macho alfa que acapararía la mayoría de las hembras.
El artículo que os compartía de Harris (2003) aborda con mucho rigor y plausibilidad todo este tema. Por si os interesa.
No obstante, en nuestros días, parecería que hay evidencia de que el comportamiento sexual en humanos se va alejando del modelo monógamo, lo que se puede observar en aplicaciones como Tinder o la emergencia, todavía minoritaria, del poliamor y novogamia (un modelo muy flexible del que hablo en el artículo).
Por lo tanto, aunque no se hayan documentado claramente las diferencias entre hombres y mujeres en la vivencia y expresión de los celos por motivos evolutivos, esto se ha hecho sobre todo en relaciones monógamas por lo que no significa que no existan tales diferencias en otros modelos de relación o que no puedan ir emergiendo en el futuro si se dan ciertas condiciones ambientales que hagan adaptativas dichas diferencias.
Tampoco lo sé, mi sospecha sigue ahí.
Me tienta desarrollar un estudio que investigue la posible correlación entre rasgos dominantes en hombres, celos sexuales y atractivo sexual. Sería esencial poder controlar variables como 'heridas de la infancia', patrones de apego, tipo de relación y nivel de dominancia efectiva (ya que una persona puede exhibir rasgos dominantes sin ejercer una dominancia tangible en su entorno).
Sospecho que aquellos individuos con ciertas inseguridades o que están conectados con miedos más primarios (relacionados con la supervivencia) podrían arrojar resultados relevantes en esta línea de investigación. Una estrategia interesante para ello podría ser medir las respuestas automáticas a los celos (en vez de conductas complejas), como sugiere el estudio que he compartido, el cual indica que sí se hallan diferencias en la expresión de celos entre sexos cuando se considera la actividad cardíaca, un indicador que generalmente escapa a nuestro control consciente.
En fin, el artículo que me han publicado aborda todo tipo de cuestiones relacionadas con los celos y la conducta vinculada a la la sexualidad, la pareja y la reproducción. Si os apetece un poco de densidad de la buena, aquí lo tenéis.
Y un regalo
Sincrónicamente, hace poquito Lu Gaitán y Emma Roura publicaban este interesantísimo podcast sobre los celos:
Dejo para otra ocasión hablaros de forma más íntima sobre mi relación con los celos.