La era actual de los móviles hace que llamar por teléfono sea algo muy puntual y donde, por lo general, nos limitamos a facilitar información a nuestro interlocutor. Cuando recibimos una llamada suele ser para un tema importante; ya sea de trabajo, personal o de ocio, pero desde luego se trata de algo que es necesario explicar en detalle. Porque para el resto ya tenemos alternativas a través de las diferentes plataformas de mensajería y redes sociales, que nos conectan constantemente con nuestro entorno.
Recibimos tan pocas llamadas de teléfono, que incluso hay mucha gente que se asusta si recibe una, porque descolgar puede significar malas noticias por parte de un ser querido. Hemos sustituido las largas conversaciones de teléfono de la era pre-móviles, por largos e infinitos chats de texto de WhatsApp, Telegram, Instagram y demás alternativas.
Pero esto no siempre fue así, ni mucho menos. Echando la vista atrás es fácil recordar tiempos, no tan lejanos, en los que el teléfono era mucho más relevante en nuestras vidas. Los años 80 crearon una autentica cultura alrededor del teléfono, que era uno de los puntos fuertes de cualquier hogar, ya que nos conectaba con nuestros amigos de una forma mucho más intima y personal que ningún otro medio de comunicación.
La voz es un vehículo único para expresar sensaciones y sentimientos a través de las historias de nuestra vida.
Todas las cosas importantes que nos pasaban en los lejanos años 80, acababan siendo grandes conversaciones de teléfono. Bien con los que no habían podido vivirlas en directo, bien con los que estuvieron allí con nosotros y con los que queríamos revivir el momento.
La odisea de llamar
Para empezar, marcar un número llevaba su tiempo en aquellos grandes y aparatosos teléfonos. Pero es que luego teníamos que acordarnos del número en cuestión, porque entonces no había agendas digitales, ni asistentes de voz que nos facilitaran las cosas. Llamar por teléfono era un acto premeditado y bien organizado. Cuando queríamos echar un rato por teléfono con un amigo teníamos que seguir varios pasos.
Encontrar un momento y un lugar en el que el teléfono estuviera libre y estuviéramos solos para tener algo de privacidad, cosa difícil hasta que llegó el móvil. Recordad que el teléfono no se podía mover de su sitio.
Tener memorizado el numero al que queríamos llamar, o por lo menos tenerlo en alguna agenda a mano. Yo recuerdo haber memorizado mas de 20 números distintos de mis amigos mas cercanos, algo que se lograba gracias a la repetición.
Estar en una buena situación económica. Llamar por teléfono era uno de esos gastos importantes en las familias numerosas. No era barato y por eso se controlaba bastante cuantas llamadas se hacían, y de cuánto tiempo.
Saber lo que querías contar. Quizás porque éramos conscientes de que el tiempo y el dinero que se invertía en llamar era algo preciado, teníamos claro que cuando se llamaba, aunque fuera para contar algo trivial, tenía que ser un tiempo productivo.
Teléfonos que nos daban la vida
Sin embargo todos los esfuerzos, todo el tiempo invertido y las posibles consecuencias de aquella larga llamada cobraba sentido por lo que nos daba a cambio. Cuando la vida social era mucho mas reducida en estímulos, cuando en la televisión había poco o nada que ver, cuando ni siquiera imaginábamos lo que podría ofrecernos internet, en aquellas décadas el teléfono nos daba la vida.
El eco de una buena conversación podía durar horas en nuestra cabeza. La esperanza de esa llamada especial nos hacía vibrar cada vez que sonaba el teléfono y era para otro. El mismo aparato, ese enorme trasto encima de la mesita, o colgado de la pared, era un icono en nuestras vidas, representaba todo lo bueno que una charla te puede ofrecer, que no es poco.
Ahora sin embargo vivimos en el espectro opuesto del prisma. Alejados de largas conversaciones telefónicas, con la ubicuidad como castigo y la disponibilidad como condena. Localizables las 24 horas del día y con pocas novedades que contar. Total, ya nos lo hemos mensajeado todo por WhatsApp.
No quiero decir con esto que el pasado fuera un lugar idílico en el que todo fuera mejor. Sin duda las ventajas que nos brinda la tecnología de hoy le gana por goleada a la vida analógica de ayer. Pero no dejo de pensar que podemos (y debemos) aprender lecciones de lo que nos faltaba en el pasado; hiper conectividad, y de lo que nos sobraba; temas de conversación.
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