Es interesante cuando en una conversación informal, por azar se menciona alguna cuestión religiosa, y alguno de los presentes plantea la no creencia en seres sobrenaturales, mágicos, omniscentes, omnipresentes y plenipotenciarios; siempre surgen unos segundos incómodos en los que defensores de la deidad religiosa, principalmente cristiana, intentan asimilar la afirmación asertiva de la no existencia de esa máxima figura idolatrada y regente de sus destinos. Y es que la cuestión religiosa está tan enraizada en el ser cultural centroamericano, en su imaginario y por extensión, en su vida cotidiana, impregnando cualquier faceta de la vida pública. Lo que debería ser una opción de creencia vinculada a la vida privada, en la mayoría de los países del área centroamericana, rige la vida pública, convirtiéndose a veces en moneda arrojadiza por la clase política de estos países, especialmente cuando se trata de defender los derechos humanos de grupos sociales como las mujeres o el colectivo LGTBIQ+.
No sabemos qué es peor si el empresario que se hace político y ocupa un cargo de elección popular, aprovechando la coyuntura para apropiarse de recursos públicos o el lider religioso, normalmente evangélico y aupado por sus fieles, que decide abrirse paso en los procesos políticos que acuerpan las débiles democracias de Centroamérica para igualmente el lucro personal; aparentemente los diezmos y ofrendas ya no son suficientes. Sin entrar en detalle del aroma de rancios prejuicios que desprenden los discursos de estos mercaderes de fe, muchos partidos políticos, a su vez, encuentran en estas iglesias una forma fácil de adquirir votantes, ya que los pastores de esta corriente son fuertemente autoritarios e imponen el voto a su comunidad como voluntad divina.
La teología de la prosperidad, a veces denominada el evangelio de la prosperidad, evangelio de la salud y la riqueza o evangelio del éxito, es una creencia religiosa controvertida que sostiene que la bendición financiera y el bienestar físico son siempre la voluntad de Dios para ellos, y que la fe, el discurso positivo y las donaciones a causas religiosas aumentarán la riqueza material de cada uno. Y es que estos especuladores de la religión son sumos expertos en la manipulación social. Casi siempre estas promesas y amenazas apelan al egoísmo, como cuando se "profetiza" un gran futuro de fama y éxito para personas inseguras. Pastores que prometen una prosperidad instantánea y provocada a fuerza de pensamientos y palabras; iglesias sin ninguna referencia, ni símbolos religiosos, y que podrían confundirse con el auditorio de cualquier empresa multinacional; sermones motivacionales y coaching, donde el pecado no se nombra y “dios” se reduce a un genio de la lámpara; hemos caido ante una teología de la sumisión incondicional, una teología de la autoridad absoluta (del apóstol, profeta, o pastor) que condena y prohíbe toda crítica.
Pero esto no es nada nuevo; es una evolución de la manipulación basada en la fe que juega con la superstición y la ignorancia y que viene desde la época colonial, cuando el desembarco europeo traía en sus alforjas, no solo ambición desmedida sino el afán de conversión a una religión, por aquel entonces católica, cargada de prejuicios. La Iglesia Católica, en cuanto a credo religioso, se constituyó -desde la Colonia hasta nuestros días- como dominante en la región centroamericana, arremetiendo contra espiritualidades originarias y acaparando espacios de participación política. El catolicismo institucional optó por respaldar la gobernanza por parte de las élites político-económicas y, en algunas ocasiones, fue cómplice del ejercicio dictatorial del poder en plena guerra insurgente en Centroamérica.
Este poder de la cruz y la espada de la época colonial evolucionó al actual poder del diezmo y el fusil.
Y es que leyendo los relatos de Santos y Pecadores de la escritora hondureña Leticia de Oyuela, podemos comprender esta pesada losa que se arrastra en Centroamérica desde hace ya más de quinientos años. De Santos y Pecadores: un aporte para la historia de las mentalidades (1546- 1910) es un libro excepcional, que nos muestra el alma sobre la que se ha construido el contradictorio ser hondureño, plagado de bondades y aciertos, de errores y pecados capitales. En veintitrés historias, perfectamente ambientadas y literariamente narradas, para los interesados en enlazar los presentes relatos con la visión teológica del pasado, descubrirán que, cuando nos sumergimos en la línea del tiempo, los pecados personales no constituyen los grandes conflictos. Subsisten de los acontecimientos únicamente aquéllos que transgreden las formas de vida social que son producto de las estructuras creadas por el ser humano, normalmente a conveniencia de un grupo de poder elitista y excluyente.
Leticia de Oyuela se sumerge en el Archivo Eclesiástico del Obispado de Comayagua, para acceder a cerca de 800 juicios incoados por causas de denuncias (que van desde pactos con el diablo, hechicería, sodomía, homosexualidad, solicitación, blasfemia, encantamiento y superchería) para reconstruir la historia desde nuevas narrativas inmersas en la microhistoria, la psicohistoria y, sobre todo, con los aportes necesarios para la historia de las mentalidades. Estos juicios no nos ofertan visión alguna de la transgresión implícita en el tema del pecado. En realidad, se trata de un conjunto de chismes y delaciones, que no forman el sentido del pecado, visto como la transgresión de la palabra de Dios en el espacio de la religiosidad que la iglesia, "madre y maestra", hizo funcionar en el período colonial como visión totalizadora del universo. Fueron sus instrumentos de manipulación de la época que le permitieron perpetuar su hegemonía, privilegios y presencia en todos los estamentos de la vida política y social, en este caso, de Honduras.
La investigadora hondureña estructuró el libro buscando ofrecer una especie de abanico narrativo que presenta un panorama de los pecadores, así como de vidas con visiones muy internalizadas de sus propias creencias, que va del momento formativo hispánico al período republicano, quedándose en la entrada del siglo XX. Al final constituye una especie de espejo retrovisor del pasado, que sirve para entender que la historia no es circular, sino que, sus enseñanzas, al caer en el olvido, hacen que como dice el refranero popular- el ser humano sea la única bestia que tropieza dos veces en la misma piedra. De hecho, si hacemos un somero repaso del vínculo existente entre religión, vida pública y política en la actualidad, estamos seguros de que volveremos a tropezar nuevamente, no una sino varias veces. Por ejemplo, en Costa rica, un periodista y político conservador cristiano y predicador, casi es electo presidente en 2018. En Nicaragua, la pareja presidencial Ortega-Murillo se presenta como conversa y ha pasado del ateísmo y las violaciones de derechos humanos a la catequización y la piedad, acompañado de un crecimiento sostenido de la comunidad evangélica. En Honduras, único país en América Latina que celebra el día de la biblia, está abonando el terreno para la expansión de las iglesias evangélicas, sin ningún mecanismo de rendición de cuentas. En Guatemala, los protestantismos ya son mayoría y controlan múltiples vectores del poder, cuyos pastores disfrutan de beneficios fiscales. Y El Salvador, cuyo presidente se autodefine como laico e instrumento de Dios, con un gran respaldo popular poco a poco va delineando su ruta hacia un gobierno vertical y unipersonal. En verdad, ante este panorama, todas las alarmas saltan ante el temor de una administración pública presa de la jerarquía religiosa y por unas estructuras espirituales atadas al poder presupuestal del Estado.
Ya lo expresa el personaje Don José María Lazo, en el relato Una triste vida de Santos y Pecadores, en la que dice que la religión debe practicarse como un acto que está dentro de una costumbre social. Es una evidencia del statu quo y hay que respetarla por su misión moralizadora, pero, una vez muerto, lo único que uno deja es el capital que ha logrado formar.
El creciente vínculo entre religión y poder político en Centroamérica no contribuye, al menos no se ha demostrado hasta el momento, a la transformación requerida en materias tales como ética social, productividad, talento humano y desarrollo económico.
Y en los relatos de Santos y Pecadores, nos llama la atención el titulado Dulces, Conservas y Frutas, en el que la investigadora plantea el origen de las pulperías; no, no son tiendas en las que se venden pulpos, sino que las pulperías hondureñas son unas pequeñas tienditas de barrio, llamadas ahora de conveniencia o de proximidad y que en otros países de la región denominan misceláneas, mercaditos, trucha, mini super o bodeguita. En las pulperías actuales se puede encontrar artículos de primera necesidad, desde conservas, pan dulce, refrescos, leche, semillas, granos, es decir cualquier producto de abarrotería o ultramarinos y en las más surtidas, hasta juguetes, ropa e incluso, retirar dinero en efectivo.
Las pulperías tienen su origen en torno a 1795, año en la que la capital, Tegucigalpa, se advierte una galopante depauperización, producto de las continuas crisis políticas y económicas. En ese año comienza a surgir pequeños negocios ubicados en los zaguanes y portales de las casas coloniales más ilustres. Y prácticamente durante todas las guerras centroamericanas de la primera mitad del siglo XIX, convirtieron casas y zaguanes, portales y terrazas en una extraña combinación de bodegas , lugares de venta de chucherías, una extraña mezcla de refresquería y cantina que, por su informal carácter, de denominaron pulperías. Estas primeras pulperías fueron un ejercicio de creatividad y una demostración de una cultura de supervivencia de aquellas mujeres abandonadas por sus maridos en tiempos de crisis, cuyas leyes de aquel entonces las dejaba desposeídas de cualquier derecho. De una u otra forma, las pulperías son un primer avance de libertad económica de la mujer.
Estamos seguros de que, si Virginia Woolf hubiese estado al tanto, hubiese proclamado una pulpería propia en vez de proponer una habitación propia como ejercicio de independencia económica, social y libertad personal de la mujer.
Leticia de Oyuela, historiadora, investigadora y escritora hondureña, cuenta en su haber con una abundante y valiosa bibliografía, cuyo denominador común es ese deseo permanente por desentrañar lo humano de la historia; por contribuir a construir desde nuestro microespacio esa historia de las mentalidades, que tanta falta hace para entendernos y enfrentar el futuro con solvencia moral; una moral que evoluciona, o debería evolucionar con el tiempo y no quedarse anquilosada en valores obsoletos, promotores a veces de odio y exclusión.
De Santos y Pecadores, un aporte para la historia de las mentalidades (1546-1910) es una publicación de Irma Leticia de Oyuela y Editorial Guaymuras la publicó en 1999.
Irma Leticia Silva de Oyuela nació en 1935 y falleció en 2008. Fue una ensayista, historiadora e investigadora hondureña. Su labor se orienta principalmente a la promoción de la cultura, de las artes plásticas hondureñas y al estudio sociológico de la mujer en su país. Fue miembro de número de Geografía e Historia de Honduras y asociada al Instituto Hondureño de Antropología de su país. Fundó con el escritor Oscar Acosta la Editorial Nuevo Continente y fue responsable de la Galería Leo. El 20 de agosto de 2002 ingresó a la Academia Hondureña de la Lengua.
Sus trabajos principales son de historia. En varios de sus obras históricas, mezcló el relato ajustado a los hechos con narraciones entre lo real y lo ficticio. Promotora cultural, ha contribuido a fundamentar el desarrollo histórico de las artes plásticas en Honduras y al estudio sociológico de la mujer hondureña. De su impresionante producción historiográfica son muchas las obras que merecen ser mencionadas, siendo algunas de ellas Historia mínima de Tegucigalpa, publicada en 1989, Fe, riqueza y poder: antología crítica de documentos para la historia de Honduras, publicada en 1992, Mujer, familia y sociedad, publicada en 1993, Un siglo en la hacienda, publicada en 1994, El naïf en Honduras, publicada en 2007 y La sin remedio: mujeres del siglo XX, publicada en 2001. Cabe mencionar que esta última fue refenciada en el podcast de emociones entre líneas, Narrativa urbana inspiradora de lecturas.
Entre los premios y reconocimientos recibidos mencionaremos el Premio de Estudios Históricos Rey Juan Carlos I y la Hoja de Laurel de Oro, otorgada por la Secretaría de Cultura, Artes y Deportes de Honduras en 2002. En 2007, fue reconocida con el Doctorado Honoris Causa en Humanidades por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. La Asociación Mujeres en las Artes lleva su nombre. Esta organización civil privilegia la apertura de espacios alternativos en el campo de la investigación, capacitación e intercambios, fomentando el acceso al arte y la cultura como parte del desarrollo integral de la sociedad en Honduras.
Oyuela, Irma Leticia de. De santos y pecadores: un aporte para la historia de las mentalidades (1546-1910). Tegucigalpa: Guaymuras, 1,999. ISBN: 99926-15-31-1.
Gaitán Nery Alexis (2011). El delirio de contar: entrevistas a narradores hondureños. Tegucigalpa: editorial Perseo. Recuperado de: enlace
Pinto, Juan Alfredo (2022). En Centroamérica, la fe cristiana vive con diferentes acentos. En El tiempo (14 de abril). Recuperado de:enlace