Aunque nos cueste admitirlo, somos salvajes conviviendo en una sociedad relativamente pacífica. Bajo un cuidado discurso cargado de civismo, y muchas veces, acuerpado por unos valores religiosos impuestos por una sociedad que se escuda en caducos valores morales, en la práctica y en nuestras acciones de día a día, se retuercen nuestras pulsiones básicas: el hambre, el sueño, las ganas de sexo y, también, el morbo, un deseo natural de asomarse al lado macabro y oscuro de la vida. Las bajas pasiones, tan incompatibles con el decoro y lo moralmente aceptado, forman parte de nuestra humanidad; si es que la podemos llamar así.
Comemos poporopos o palomitas de maíz mientras una muchedumbre de zombies cercenan las gargantas de pobres incautos en las series que ahora están tan moda; no nos perdemos detalle de las escenas de alto contenido erótico entre los protagonistas de una serie en la que los dragones son una especie de mascota gigante amaestrada; y en la vida real, investigamos sobre los últimos devaneos sexuales, rupturas por celos y adulterios de figuras públicas, muchas de ellas encumbradas por unas caprichosas redes sociales que viralizan cualquier momento íntimo o afinamos el oído para captar con todo detalle la discusión de los vecinos de al lado. En mayor o menor medida, todos somos morbosos, y hasta lo disfrutamos, pues además de salvajes de closet, somos hipócritas.
Y por supuesto, en una época en la que todo está a mano desde nuestros celulares o dispositivos móviles, los diferentes medios de comunicación se aprovechan de nuestra morbosa gula, y tienen que reinventarse día a día para alimentar nuestra insaciable sed de banalidad. Buscar lo impactante hasta traspasar la línea que el periodismo no debería cruzar nunca, la del morbo que no agrega datos informativos significativos: es un riesgo que se corre, y un error en que se incurre, desde hace tiempo. Pero en la era de los clics, las redes sociales, la búsqueda constante de esos temas que ahora llaman virales, el problema se agudiza. Siempre queremos más.
En la antigüedad era el circo romano el que estaba destinado a carreras, espectáculos, y representaciones para conmemorar los acontecimientos del Imperio y entretener a las poblaciones. Las crónicas relatan luchas épicas entre fieras, las preferidas por los espectadores. Alrededor de 400.000 hombres y un millón de animales, entre los que se encontraban leones, tigres, hienas, elefantes, cebras, osos o jirafas, murieron en la arena ante la sed de sangre de un público enloquecido. Ahora ese circo lo vemos diariamente en cualquier medio informativo del mundo, y concretamente de Centroamérica, cuyo clima de violencia que se vive en la región, desde que acabaran las guerras civiles de los años ochenta y se pusiera fin a la contestación social a los gobiernos autoritarios, es tierra de abono y cultivo para medios amarillistas que se afanan en dar detalles escabrosos e innecesarios de las diferentes balaceras, ajustes de cuentas, extorsiones no pagadas, tiroteos, matanzas, suicidios, accidentes y acciones similares entre maleantes, narcos, sicarios, pandilleros, militares, policías y pobladores comunes y corrientes.
Aparte de contar con material de primera (violencia, sangre, indecencia, obscenidades y demás), los medios de comunicación aprovechan los mecanismos narrativos de otros formatos, como las series, y de otros géneros, como el thriller, para mantenernos pegados a la pantalla (o al papel o a los audífonos). Y en la mayoría de estos casos, ante este tipo de noticias, la voz de nuestra conciencia nos urge a apagar la pantalla de inmediato. Sin embargo, una fuerza poderosa y sombría que nace de nuestro más oscuro interior se muere por descubrir cómo continúa esta noticia. Además de salvajes de closet e hipócritas, somos obscenos.
Una realidad que nos plantea el escritor Javier Payeras y que conoceremos de la mano del protagonista de la obra Días amarillos; un escritor potencial, que tiene la intención de escribir, pero antes debe sobrevivir, por lo que acepta el puesto de reportero redactor en el semanario amarillista, La Alerta. Este no deja de ser un retrato tal vez algo exagerado del periodismo centroamericano. La literatura y el oficio de informar convergen en una narración que retrata, según el puño y letra del autor, una versión mórbida y cínica del periodismo de nota roja.
Sin embargo, la historia no es, principalmente, sobre la violencia, sino sobre un escritor condenado a vivir entre muertes horribles y noticias sobre niños que nacen con cachos de cabra y ovnis vistos en pleno centro histórico.
Días amarillos es una historia negra escrita casi a manera de guion cinematográfico; ofrece un panorama de los bajos mundos en los que la noticia que destila violencia se desarrolla. Recrea el ambiente de la ciudad de Guatemala, pintándola del color amarillo de una intoxicación endémica, provocada por los aspectos más negativos de la realidad cotidiana. Una ciudad que el protagonista describe como dispersa y descuidada. Con edificaciones que alguna vez lucieron la gloria de otros tiempos triunfales, los edificios de gobierno, las casonas de rancio abolengo que ahora son sucursales de banco; un centro histórico alejado de los malls o centros comerciales y la civilización Miami; estos quedan al otro lado de la ciudad, donde están los centros financieros y los condominios de los narcotraficantes.
El reportero - redactor – escritor del semanario amarillista, con un alto grado de sensibilidad y frustración, mantiene un diario cínico y a veces nostálgico, impregnado de humor negro e intercalado con estampas de sucesos o personajes, teléfonos y cuentas por pagar. En este diario íntimo, que inicia un 6 de junio y finaliza un 26 de diciembre, el protagonista se va consumiendo en una sociedad indolente, va narrando su sentir y devenir en el que hilvana sus más interiores pensamientos con breves relatos de su existencia y realidad. Un diario que podría ser un ejercicio catársico con el que el protagonista escritor intenta soportar esa condición sufrible, mientras consigue algo mejor, o mientras culmina alguna novela o poemario que lo lleve a iniciar una vida literaria. Pese a esa esperanza, que podemos apreciar patentizada en el capítulo final titulado Pausa, el protagonista - reportero - redactor – escritor se va consumiendo en la crónica diaria de una ciudad de Guatemala, que cada vez es más esperpéntica y en donde reina la anarquía. Pues como expresa el protagonista, es difícil hacer un gran libro si uno está cansado o desmotivado. Y él ya se encuentra débil. Tal vez su temor es ser como Dostoievski, Kafka y César Vallejo, escritores que nunca tuvieron un reconocimiento y cuyas fotos tiene pegada en una pared de su pequeño apartamento.
La realidad y la ficción ya no están divorciadas, Días amarillos resulta ser sólo un reflejo de esta ciudad, Guatemala, una ciudad que podría ser cualquier urbe centroamericana. Desayunamos historias macabras mientras hojeamos el diario, ya sea en papel o en pantalla; con las noticias, almorzamos asesinatos, aderezados de brutalidad y con un alto grado de odio, saña, misoginia y premeditación. Y cenamos con la última nota roja del día, con un exceso de detalles escabrosos carentes de toda ética.
Día tras día, grupos de periodistas recorren la ciudad en busca de muertos y heridos para llenar las páginas de los periódicos y los minutos de los noticiarios de radio y televisión. La nota roja se funde en el paisaje noticioso, y consigue hacer olvidar los cuestionamientos éticos que suscita y la ideología que la define. Sin embargo, estamos acostumbrados a tanta violencia, quizá como consecuencia de una sociedad de posguerra o por la sobreexposición de los sucesos por las redes sociales que lejos de conmovernos, pasan ya inadvertidos. Las miserias cotidianas se han vuelto pirotecnias persuasivas del tedio, el hastío y la rutina de nuestras vidas.
Además de salvajes de closet, hipócritas y obscenos, somos indiferentes e indolentes ante las desgracias ajenas.
Días amarillos es una publicación de Javier Payeras y Magna Terra la publicó en 2009.
Javier Antonio Payeras nació en 1974. Es un poeta, novelista y ensayista guatemalteco. Es uno de los intelectuales destacados que surgieron después del conflicto armado interno y forma parte de la llamada «Generación de Posguerra». A partir del año 1998 se incorpora al movimiento emergente llamado Casa Bizarra, un proyecto de artistas jóvenes que introducen un híbrido de corte urbano y manifiesta discomplacencia con las tendencias artísticas comprometidas políticamente durante el conflicto armado interno en Guatemala. Fue co-curador del festival octubre azul en el año 2000, director de la Fundación Colloquia de Arte Contemporáneo y fundador del Proyecto Crea del Ministerio de Cultura de Guatemala.
Entre las novelas publicadas destacaremos algunos títulos como Imágenes para un View-Master, publicada por Random House en 2011, Limbo, Afuera y Ruido de Fondo, publicadas por Magnaterra editores en 2011, 2006 y 2003, respectivamente.
De sus poemarios mencionaremos Imagen de un segundo publicado en 2022, Esta es la historia / Azul Cobalto de Ediciones Mundo Bizarro publicado en 2018, Slogan para una bala expansiva, publicadoa por Metáfora en 2015 y Fondo para disco de John Zorn publicado por Editorial Germinal en 2013. Payeras ha escrito también ensayos, libros objeto y relatos incluidos en diversas antologías en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. Actualmente escribe para la revista literaria española Penúltima y la revista cultural salvadoreña La Zebra.
Algunos de los reconocimientos recibidos son Mención honorífica en 2006 del Certamen de Novela Corta “Luís de Lión” por su la obra Afuera y el Premio Batz “Artista del año en la rama de Literatura” en 2011.
Fuentes consultadas
Payeras, Javier. Días amarillos. Guatemala: Magna Terra, 2009. ISBN: 99939-931-6-2.
Arana Fuentes, Gabriel (2013). Días amarillos Javier Payeras. En Revista LunaPark (31). Recuperado de: enlace
Cantoral, Mariano (2009). Días amarillos de Javier Payeras. En El diario del gallo (21 de octubre). Recuperado de: enlace
Villagrán, Eduardo (2020). Reseña de Días amarillos, de Javier Payeras. En: Novelero (26 diciembre). Recuperado de: enlace
Escalón, Sebastián (2015). Sangre en primera plana. En Plaza pública (8 de junio). Recuperado de: enlace