Centroamérica entre líneas
Centroamérica entre líneas: un blogcast de libros
La Letrada
0:00
-23:38

La Letrada

de Mónica Albizúrez

El ser humano tiene el don de contar historias. Nuestra vida está tejida de relatos, unos relatos de vida que se entrelazan con los hilos de la memoria. Cuando narramos, al hacerlo se hilan sucesos del pasado, se teje la narrativa y se visibiliza la memoria. La memoria, nuestra memoria, se forma a partir no solo de un único hilo sino del entre cosido de varios que se tejen con el propio, representados en cada una de las personas que confluyen con nosotros y con las que, nos guste o no, construimos nuestra vida.

La oralidad y la escritura han sido por mucho tiempo los medios más comunes para narrar, sin embargo, desde antes de que el ser humano pudiera escribir y comunicarse de forma clara, aprendió a tejer. El tejido se constituyó como una herramienta narrativa para comunicar la memoria en muchas culturas, debido a su carácter metafórico e ilustrativo para plasmar la cotidianidad. Es gracias al tejido que hoy en día se conocen sucesos de la antigüedad, que de no haberse plasmado entre los hilos, se habrían perdido con el pasar de las generaciones, la decadencia de la oralidad y la muerte de dialectos ancestrales.

En la literatura y en la religión el tejido representa un aspecto fundamental de la cotidianidad, así́ como también de la femineidad. El tejido ha sido de gran importancia para las culturas centroamericanas, especialmente en Guatemala. Este país cuenta con una gran riqueza dentro del arte del tejer, en la medida que, se sigue utilizando en muchas comunidades del país como medio de comunicación para plasmar y narrar la memoria colectiva. Este medio ha sido especialmente usado para darle trato a las memorias de la guerra civil o conflicto armado cuyas heridas siguen supurando desigualdades sociales.

Ningún ser humano se forma de manera individual, cada uno es un entrelazar de hilos construidos de manera colectiva con la ayuda de las personas que se acompañan entre sí. De manera que nuestra memoria se construye y se transforma a medida que crecemos y nos relacionamos; a medida que se va avanzando en el hilo de la vida, de las situaciones y de las circunstancias que nos rodean.

Al ser narrados los recuerdos que hacen parte de la memoria, estos permanecen en el mundo y no solamente como parte de cada persona, sino que se convierten en parte de un colectivo o incluso a veces de una sociedad. La memoria se relata a manera de historias, en una narrativa, que permite que entendamos el relato de una manera lineal y dentro de un contexto específico. Sin embargo, dar el primer paso en una narración, esto es, arrancar una historia, puede ser uno de los mayores retos para cualquier novelista o narrador vidas. Hay novelas que son recordadas por sus inicios memorables. Por ejemplo:

Yo no maté a mi padre, pero a veces me he sentido como si hubiera contribuido a ello, de El jardín de cemento de Ian McEwan,

Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa,de Orgullo y Prejuicio de Jane Austen,

Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto, de La metamorfosis de Franz Kafka,

O la oración contundente con la que arranca la novela Ana Karenina de León Tolstói: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”.

Y existen narraciones que arrancan descriptivamente con un objeto del pasado, como puede ser una fotografía, con la que el autor o autora nos transporta no sólo al momento en que esta fue tomada, sino a la memoria de la persona inmortalizada que, al verla, hilvana sus emociones y sensaciones de la infancia con sus miedos y temores de vida ya adulta.

En el fondo de la caja rotulada Infancia, Claudia toma una foto de tonos violáceos que delatan la premura de una cámara Polaroid.

Así arranca La Letrada de Mónica Albizúrez Gil, obra ganadora de la primera edición de la Bienal de Novela “Terrena”, organizada por la Editorial F&G editores.

La autora inicia un relato de vida, aferrada a la memoria de una sencilla fotografía, tomada en un lejano 1984, con la que comienza a construir la novela, como si de una artista plástica se tratase, a base de pinceladas descriptivas de las emociones que generan los recuerdos del pasado de la protagonista.

La foto resulta bastante familiar y, a la vez, problemática: Claudia, la protagonista, aparece vestida de niña con un traje indígena para el día de la virgen de Guadalupe. Observar esta imagen implica para la protagonista formularse preguntas centrales sobre su propia vida y sobre Guatemala, país asediado por jerarquías sociales y étnicas. Una foto que anuncia un retorno al pasado de una protagonista cuyos tejidos de vida irán cosiendo la historia de un país, Guatemala, adornado de vivencias, emociones, sentimientos de sus protagonistas, y atrapado en la violencia.

Una foto de la infancia despierta en Claudia preguntas sobre sí misma, el racismo y el valor de los tejidos para narrar la historia. Aquella imagen,  junto a la aparición inesperada de un profesor que desata memorias perturbadoras, aceleran una serie de decisiones de la protagonista en contra de la autodestrucción. La pareja de Claudia, Gérard, vivirá de cerca este proceso y se irá transformando en un país atrapado en la violencia.

En el relato de La Letrada se entremezclan las vidas de personajes, de distintas generaciones,  que componen un complejo mapa sentimental en un país que interpela sobre permanecer o huir. Las diferentes historias se van desarrollando con suficiente fuerza y densidad: la vida universitaria, el abuso, el exilio, etc., como un tejido que se va expandiendo. Un tejido narrativo que hilvana literariamente lo íntimo y lo político.

Como ningún recuerdo viene aislado, pues la memoria es un torrente que revuelve tiempos y rostros, en La letrada yace una agresión. No será una foto, sino la presencia de un hombre, la que desate los hilos de una trama que irá resolviéndose inesperadamente. El suspenso se mantiene por el desarrollo de varios personajes: Gérard, el novio de Claudia, quien vivió su infancia en Alemania; Regina, la madre de Gérard, que vuelve al país después de años de ausencia; Andrés, un joven periodista ávido de historias; y Rivera, un oscuro profesor universitario.

En un segundo plano, está un locutor de radio, obstinadamente optimista, que en los años ochenta del siglo XX narró acontecimientos disímiles y cuya voz resuena en la memoria de estos personajes, cuando en momentos cruciales deben tomar decisiones.

La Letrada de Mónica Albizúrez establece un puente necesario entre la generación de la guerra y la generación de posguerra en relación con la historia reciente del país. Dos épocas marcadas por los años 1984 y 2018 se entrelazan en La letrada: el Conflicto Armado y un presente cercado por la ilegalidad y la violencia.

Esta ventana intertemporal ayuda a comprender los vínculos que existen entre la violencia contra la mujer, el militarismo, el racismo y los crímenes de guerra. La memoria se usa como un elemento para comprender la propia subjetividad a la luz de la historia y, así, poder hallar sentido al presente. Mónica realiza un ejercicio magistral de tejeduría emocional hilvanando el acontecer social y político de su país, Guatemala, con el devenir emocional de Claudia, personaje principal de La Letrada.

En 1984, Guatemala es un país más bien provincial, tal vez más vivible, pero cercado por el terror. Año marcado por las olas migratorias de mujeres, hombres, niños y niñas que huían de la violencia en el altiplano guatemalteco para engrosar los cinturones de miseria en campamentos improvisados sin los servicios básicos esenciales; y año en el que las desapariciones de militares de la izquierda alcanzaron los números de aniquilamiento. Por su parte, en 2018 tiene lugar la erupción del volcán de Fuego, que representa no solo la tragedia telúrica –pueblos sepultados– sino es la metáfora de una vida social convulsa y, para las mujeres, los cambios que supuso el movimiento “Me too“. Y como trasfondo narrativo, la autora plantea los costos de un fanatismo religioso, cuando el conocimiento es arrasado por dogmas, y se niega lo evidente por un oscurantismo que distorsiona el mundo.

La fluida narración de Mónica Albizúrez en La Letrada se focaliza en varios personajes, femeninos y masculinos, con un énfasis en la subjetividad de las mujeres. A través de ellas, la novela explora qué significa “ser mujer” en una sociedad fracturada; el tratamiento del tema de la violación y el impacto sobre la vida del personaje central está tratado con fuerza y sensibilidad.

Carol Zardetto, miembro del jurado de la Bienal Terrana, certamen que Mónica Albizúrez ganó con la Letrada en 2022 expresa que las mujeres siempre han sido objeto de la literatura narrada por varones; evidentemente ya no estamos viviendo la época de principios del siglo XX, ahora estamos en un momento en el que las mujeres se han apropiado de ese territorio de la literatura de una manera muy poderosa. Tal y como es el caso de la escritora Mónica Albizúrez.

La Letrada hace un retrato efectivo y convincente de la Guatemala actual y su contexto social, con claras referencias a la época, a lugares específicos y problemáticas actuales, aludiendo también a experiencias del pasado que afectan los miedos, las inseguridades y las búsquedas de los personajes. Se entremezclan las vidas de personajes, de distintas generaciones,  que componen un complejo mapa sentimental en un país que interpela sobre permanecer o huir.

Es una novela que nos va sorprendiendo conforme va tejiendo sus historias de vida. Su trama nos presenta varias historias que se van desarrollando con suficiente fuerza y densidad: la vida universitaria, el abuso, el exilio, etc., como un tejido que se va expandiendo.

De hecho, los tejidos tradicionales han sido una herramienta primordial para la construcción de la memoria grupal, especialmente en países como Guatemala. El carácter colectivo de los tejidos evoca lo vivido y aprendido por generaciones de tejedoras herederas de un arte en resistencia. Las voces de las tejedoras se hacen presentes en lugares en los que históricamente han sido expulsadas, se cuestionan los modos en que se ha estudiado el arte popular, así como el creado por mujeres, a quienes no se acostumbra a ver como impartidoras de conocimiento fuera de su comunidad. Y con la narrativa de Mónica, mientras ella hila un tejido que se ve reflejado en la estructura narrativa, caemos rendidos ante las historias de vida que ella pacientemente hilvana y teje. En la Letrada, paulatinamente, los textiles se vuelven reflexiones cuando las palabras parecen haberse agotado. Tal y como Claudia, la protagonista se cuestiona: “Podríamos tejer y así hilvanar nuevas formas de pensamiento”

Mónica realiza un simbólico ejercicio de sincretismo artístico en la cubierta del libro de la primera edición de La Letrada. La autora incluye un estandarte-hoja-corazón efectuado por la artista visual Andrea Monroy. Un hilo que da forma al corazón de la obra de esta artista, y que también representa el otro hilo con el que Mónica teje la historia de Claudia. La obra en cuestión es Tríptico 3 c’s: Estandarte Corazón, acuerpado por Estandarte Corona y Estandarte Cruz. Bordado con hilo industrial e hilo teñido con sacatinta, cochinilla y cúrcuma sobre lienzo de manta cruda, hilo de algodón crudo, piedra pómez y bolillos de ciprés.

La elección de esta obra no está sujeta al azar. Adentrarse en el jardín de la obra artística de Andrea Monroy Palacios significa aventurarse a la sorpresa cotidiana y descubrir las tecnologías de la ternura: desanudar los mecanismos que guían el aroma de las flores, juntar las manos para medir el llanto del majunche, recolectar los tintes que abra(z/s)an los poros, medir los hilos con los que se rasga la memoria, encontrar la tensión exacta para tender al viento el estandarte que señala la época del fruto y calentar las hojas para alisar sus pliegues. Todo un proceso creativo que emana de las vivencias artísticas de Andrea Monroy Palacios.

Su obra, al igual que las narrativas de Mónica Albizúrez, se ramifican y expanden como si supieran o recordaran algo sencillo e inarticulado de un tiempo anterior a las palabras y el conocimiento, volviendo sus ojos a la experimentación de los instrumentos y símbolos propios que le permiten dialogar con los ciclos y las energías que le acompañan. Cada una de las piezas carga consigo sus gritos y mutismos, pero el silencio no es olvido o vacío, sino una pausa entre las lluvias pasadas y las tormentas que se asoman frente a sus ojos.

Y esta misma intensidad sensitiva aflora cuando leemos la narrativa de Mónica Albizúrez. Ella presenta a sus personajes desde una perspectiva que nunca cede a enfoques simplistas o esencialistas, contextualizados en una Guatemala que busca reinventarse ante los sucesivos cambios en los que el país se ve envuelto.

Mónica, en La Letrada, hace un retrato efectivo y convincente de la Guatemala actual y su contexto social, con claras referencias a la época, a lugares específicos y problemáticas actuales, aludiendo también a experiencias del pasado que afectan los miedos, las inseguridades y las búsquedas de los personajes. Y esta autora no sólo lo patentiza en La Letrada. En otra de sus narrativas, titulada ITA, Mónica propone la dicotomía entre cultura indígena y ladina; temática que está presente en la literatura guatemalteca desde los clásicos de Miguel Ángel Asturias y Mario Monteforte Toledo hasta Luis de Lión y Dante Liano con El misterio de San Andrés, por mencionar algunos. ITA es una apreciada abogada de clase alta y no debería vincularse con Sebastián, un artista y por añadidura cakchiquel, un indio, según la lección del colegio y los dictámenes de la familia de Ita. Mónica pone de manifiesto en esta obra la disociación social que aún todavía persiste en Guatemala; una separación neta entre la población indígena y ladina.

La Letrada abarca un territorio variado, la ciudad capital, las zonas cafetaleras de Alta Verapaz y el oriente del país. Los personajes, como tantos guatemaltecos, acumulan experiencias de haber vivido fuera. A pesar de distintos orígenes y trayectorias de vida, ellas y ellos experimentan los límites de haber crecido y habitado en medio de la violencia, especialmente la violencia en contra de las mujeres. Pareciera ésta una maquinaria destructora que opera sin pausas. Para sobreponerse a ella, los personajes recurren a los archivos, entendidos en sentido amplio: donde se guardan materiales que dan sentido a la vida, historias que reaparecen, objetos que recuerdan a los muertos, voces que sobreviven al silencio y al miedo. Pueden ser cajas, museos, grabaciones, libros o simplemente recuerdos. En ellos radica una fuerza.

Mónica creció en una casa que se volvió pequeña por los libros, seguramente atestada de recuerdos. El día que la vio con los muros vacíos comprendió que se había quedado huérfana. Pues para Mónica, los libros son también volver al principio, a aquella frase tantas veces leída de, Había una vez. Escribir fuera del país de origen, en otras palabras, ser una extranjera, ha supuesto para Mónica crear un espacio en donde vivir, un espacio hecho de fragmentos y palabras prestadas. En ese espacio, habita la escritura. Y es que la pantalla en blanco y el español le permitieron rememorar objetos y lugares de Guatemala, pero también expresar aspiraciones.

En el capítulo Medusa, las manos, la protagonista, en su afán de buscar el origen del huipil y el corte que usó de niña, la llevan a los versos de la poeta Maya Cú:

Mi madre tejedora

Transformaba en lienzos las palabras

Para que perduraran.

Mónica hilvana sus historias entre tejiendo vivencias y memoria, para comprender la propia subjetividad a la luz de la historia y, así, poder hallar sentido al presente. Con La Letrada, ella teje un puente necesario entre la generación de la guerra y la generación de posguerra en relación con la historia reciente del país. Una narrativa que nos ayuda a comprender los vínculos que existen entre la violencia contra la mujer, el militarismo, el racismo y los crímenes de guerra.

Mónica, al igual que la poeta Maya Cú, teje sus palabras para que perduren en nuestro corazón y en nuestra memoria. Tal vez Mónica así expresa su aspiración de una Guatemala en paz; de heridas cicatrizadas y de una memoria que perdure en el tiempo para que cuando volvamos a encontrar una foto del pasado, o abramos un libro tejido de recuerdos, podamos sentir con dignidad que Guatemala puede llegar a sanar las heridas que siguen supurando inequidad, violencia e injusticia.


Mónica Albizúrez escribió La Letrada y F&G Editores la publicó en 2022.

Mónica Albizúrez Gil nació en 1969. Ella es una escritora guatemalteca, abogada, crítica cultural y doctora en literatura latinoamericana. Se graduó de la Universidad de San Carlos de Guatemala y tiene un doctorado en Literatura Latinoamericana por Tulane University. Se dedica a la enseñanza del español y las literaturas latinoamericanas. En el campo de la crítica cultural, ha publicado el libro Modernidades extremas: textos y prácticas literarias en América Latina, Teaching Central American Literature in a Global Context, coeditado con Gloria Chacón y Poéticas y políticas de género: ensayos sobre imaginarios, literaturas y medios en Centroamérica, coeditado con Alexandra Ortiz Wallner. En el campo literario, ha publicado el poemario Sola y su novela Ita, que fue finalista en el concurso BAM Letras promovido por la editorial  F&G Editores.

Desde hace algunos años, reside en la ciudad de Hamburgo. Ella es columnista del diario digital guatemalteco Plaza Pública y miembro honorario de la Academia Guatemalteca de la Lengua.

Desde 2022, F&G Editores ofrece nuevas oportunidades de medios de expresión dedicado a las escritoras guatemaltecas, acorde a su visión integradora de los derechos humanos. Esta editorial ha organizado la primera edición de la Bienal Guatemalteca de Novela “Terrena”. La Bienal Terrena abre un espacio a la narrativa que nace de la experiencia femenina de existir y permite mostrar esta experiencia como real, tangible, y parte del torrente de narrativas que construyen nuestra coexistencia como sociedad. Terrena materializa a las mujeres como seres que participan del acto de narrar el mundo, desde su visión y sus vivencias.

Y la escritora Mónica Albizúrez Gil con su obra “La Letrada”, fue la ganadora por unanimidad, de esta primera edición de Ia Bienal de Novela “Terrena”.


Fuentes consultadas:

·    Albizúrez, Mónica. La letrada. Guatemala: F&G editores, 2023. ISBN: 978-99939-38-08-8.

·    Nates Bernal, María Elvira (2017). Narrar con Hilos: la memoria y la narrativa como herramientas de sanación a través del tejido: trabajo de grado.En Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá. Recuperado de: enlace.

·    Ojinaga Zapata, Brenda Cecilia (2020). Tejiendo nuevas narrativas: los retos de hacer presente la voz de las tejedoras en los centros textiles en México y Perú. En Revista Latinoamericana de Estudios Educativos (vol. L, núm. 1, pp. 9-29). Recuperado de: enlace.

·    La letrada  de Mónica Albizúrez (2023). En: Diario del Gallo (12 de mayo). Recuperado de: enlace.

·    Vida empresarial (2023). Presentan la novela La Letrada. En: Prensa libre (6 de abril). Recuperado de: enlace.

·    Albizúrez, Mónica (2023). La letrada. En: Revista Literaria Piedrasanta (no. 2, abril) Recuperado de: enlace.

·    Jossa, Emanuela (2020). Mónica Albizúrez, Ita. En: Universitá degli Studi di Milano, Altre Modernità (no. 24,) Recuperado de: enlace.

·    Albizúrez, Mónica (2023). Los libros siempre. En: Plaza Pública (18 de junio) Recuperado de: enlace.

·    La letrada: presentación de la novela de la autora guatemalteca Mónica Albizúrez (2023). En: Instituto Cervantes (12 de octubre) Recuperado de: enlace.

. Toj, Cristian (2023).Andrea Monroy Palacios: en el mío. En: Artishock, Revista de atye Contemporáneo (14 de noviembre). Recuperado de:enlace.

0 Comentarios
Centroamérica entre líneas
Centroamérica entre líneas: un blogcast de libros
Leemos Centroamérica.