Viajar libera. A punto de cumplir 200 días
Ya hemos dado efectivamente la vuelta al mundo. Os hago un resumen de lo que hemos hecho pero además, comparto bastantes cosas de las que me he liberado en estos meses (y otras que no)
Según el Excel en el que apunto los gastos del viaje (sí, llevo un excel en el que apunto hasta el pan que compro. Si no, ya estaría en Madrid sin un duro), hoy es el día 199 de nuestra vuelta al mundo. La última vez que os escribí, esa en la que dije que iba a escribir más, estábamos aún en Argentina, en Buenos Aires y hoy os escribo desde Siem Reap, en la falda de los templos de Angkor Wat mientras Guille y Lola hacen deberes. Y sí, lo digo, estamos en bañador. 26 de enero. Voy a llorar mucho el resto de los años de mi larga vida.
¿Qué ha pasado en estos intensos dos meses?
¡¡HEMOS DADO LA VUELTA AL MUNDO!!! Ahora sí, de verdad de la buena. De Buenos Aires saltamos a Santiago de Chile y de ahí, a Sydney.
Nos arruinamos pero disfrutamos muchísimo en Australia. Para Guille y Lola, ahora mismo, australiano es sinónimo de respeto, limpieza y buena educación.
Está todo TAN limpio que van descalzos por las gasolineras y los supermercados.
A todo te contestan “lovely”, “beautiful” y “my darling”. Hablar con ellos es como hablar con la señora Doubtfire.
No hay papeleras porque ellos no tiran nada fuera de su casa. Los desechos que generan de excursión se los llevan en su coche. Y funciona (ver punto 1). “Leave no trace”
Siempre tratan de ayudarte y de ser simpáticos. Un señor nos vio observando una medusa enorme en una playa y con las mismas, la agarró con el antebrazo y la sacó a la orilla mientras nos explicaba que no picaba, que solo escocía un poco. Claro, es que ellos tienen unas medusas que te mandan al hospital dos semanas si te enganchan.
Vimos canguros y koalas en parques, mientras la gente hacía picnic a su lado. Vimos pájaros de todo tipo entrenados para robarte la comida en un descuido (un ibis de pico negro le robó las tostadas del desayuno a Jesús QUE TENÍA EN LA MANO). Vimos peces de colores, corales enormes, la arena más blanca que he visto en mi vida y el agua más azul.
Eso sí, no te bañes donde no hay socorristas, que igual no lo cuentas. Ni conduzcas de noche.
A simple vista: Han tenido años de racismo desaforado que ahora tratan de corregir. Se les nota la mala conciencia, especialmente con los aborígenes que vivían allí antes de llegar el hombre blanco. Ahora tienen multitud de programas en los que señalan su respeto a esas culturas. Pero más allá de los papeles y las proclamas, me llamó la atención la enorme cantidad de asiáticos que viven en las ciudades (cuando han tenido leyes específicas contra sus vecinos de Asia) y el hecho de que estos no desempeñan, como en EEUU, trabajos de bajo rango. Hay gente de todo tipo atendiendo una gasolinera o un super y gente de todo tipo con ropa de marca y mucho dinero. Supongo que por debajo habrá mucha tela que cortar pero ahora mismo, PARECEN bastante igualitarios. Y desde luego, a nosotros nos trataron muy bien.
Es todo muy caro pero lo que más impacta en el presupuesto es el transporte, porque son muchísimos kilómetros a recorrer para ver cualquier cosa. Y puedes reducir muchas cosas pero el gasto en moverte es difícil de esquivar. Eso sí, ya dice Lola, “prefiero bocatas y canguros a restaurantes y no canguros”. Hemos comido mucho pan de molde :) El café es caro pero de especialidad en todas partes y es un capricho que sí me doy.
Nos recuperamos del impacto (económico) en Vietnam, donde se come de escándalo en cualquier antro y se vive por cuatro perras en un país con unos entornos naturales de la pera. Eso sí, la diferencia no puede ser mayor porque aquí reina el caos de tráfico y la basura no se recoge igual. Los vietnamitas también son encantadores, sobre todo si aprendes cuatro palabritas en su idioma, que siempre ayuda mucho.
La bahía de Ha-Long es un sitio para morirse pero mejor si se aborda desde Cat Ba y Lan Ha, donde hay mucha menos gente, los cruceros son más baratos y la experiencia es mucho más tranquila.
Yo casi me muero literal porque me puse malísima por unas ostras que comimos. Y no estaban pochas porque Jesús y Guille las comieron y no les pasó nada de nada pero yo me veía llamando a un helicóptero para que me sacara de la laguna en la que estábamos durmiendo, en una casita flotante que tampoco era el colmo del lujo. No se de dónde saqué fuerzas pero a la mañana siguiente, me vi a mi misma cantando villancicos en manga corta mientras remaba en un kayak (con muy poco ímpetu) El guía nos cantaba temazos vietnamitas y nosotros, villancicos. Afortunadamente, en cuanto salió el mal de mi interior, estuve bien.Maravilloso también de quedarse a vivir es Nin Binh, un paisaje de montaña kárstica como Ha Long pero en tierra, en el río. Fue la primera vez que me animé a conducir una moto en todo el viaje por la tranquilidad de tráfico que hay. Me hubiera quedado una semana.
Hoi An es la postal típica de farolillos y sombreros de Vietnam. Enamora pese a lo muy turística que es. Da gusto pasear una y mil veces por sus callecitas.
Y me quedé a medias con Hué, porque nos diluvió y no pudimos ver nada más que la Ciudad Imperial (que es un pasote, preciosa)
Comer es una P*** maravilla. Todo. No pica. Y el café es una delicia.
Celebramos la Nochebuena en Hanoi, en un restaurante elegante vestidos con las mejores galas que nos permitió nuestra mochila. Reconozco que la Navidad lejos de casa me ha costado, ha sido durilla por los meses sin ver a mi familia y mis amigos. Pero nos divertimos mucho viendo música en directo en una azotea y para Guille y Lola fue muy muy especial.
Y llegamos a Tailandia, el país que quería recorrer con la mochila hace 15 años y que no me ha decepcionado ni un poquito.
Bangkok me dejó boquiabierta porque esperaba un caos y me encantó. El Gran Palacio, el Wat Arun, los canales, los rascacielos. No es tan caótica como Hanoi pero tiene sus mercados, sus templos, sus puestos de comida callejera y sus delicias (picantes) en todas partes. Y unos centros comerciales que no he visto yo en Occidente. Tiene muchísima vida y a juzgar por lo que cuentan, debe tener una vida nocturna brutal (que yo no puedo catar) Ahora mismo, es mi ciudad favorita de Asia (si no cuento Tokio).
Nochevieja la celebramos en uno de sus centros comerciales al aire libre con conciertos gratis. Nos subimos a la noria más grande de Tailandia y vimos fuegos artificiales como para dos bodas. Comimos anacardos en lugar de uvas y nos reímos mucho.
Los tailandeses comen todo el rato, a todas horas. Hay pinchitos, fruta y cuencos de arroz y noodles por todas partes siempre. Mis respetos.
Mis respetos también al que inventó el mango sticky rice y el pad thai.
Los templos son el culmen del urraquismo (de urraca) Todo brilla, todo es dorado, con espejitos y todo tiene campanitas. Hacen montones de rituales diferentes: flores, papelitos dorados, velas, inciensos, monedas en cuencos, palitos de la fortuna, velas de la fortuna, horóscopos, monjes que te bendicen y te dan pulseritas. Un templo, contado así frívolamente, es un derroche de actividades.
Pero ya el colmo del locurote son los templos blanco y azul de Chiang Rai, que son como un decorado de parque temático pero en religioso y friki. Que en las paredes del santuario convivan Buda, Darth Vader, Pokemon, Doraemon y Bin Laden son como para hacérselo mirar (no dejan hacer fotos)
Las playas son maravillosas pero hay destinos muy turísticos que es mejor evitar. A mi me dejó bastante mal cuerpo Koh Phi Phi, no solo por las hordas sino porque además había muchos rusos. Muchos. Y jóvenes. Y lo siento pero me genera una contradicción interna tan grande que estén de vacaciones cuando pasa lo que pasa en Europa por su presidente. Que ellos no tendrán la culpa y seguro que viven en el quinto pino de Ucrania pero me sentí incómoda cuanto menos.
Dejando de lado la política, apunten Koh Lanta porque es una isla estupenda.
Y ahora estamos en Camboya. Que ya lo dejo para el siguiente capítulo.
¿Y de qué me he liberado? Que yo digo que voy a contar una cosa y luego me pierdo. Pues os voy a contar esta reflexión personal, porque creo que anima a viajar. Y además me encanta contar las cosas en puntitos
De la rutina, que es una cosa que entiendo que da mucha paz mental pero que a mi me mata. Es agotador pensar donde comer o donde dormir cada día durante semanas y meses pero también es apasionante. Y si te cansas, pues paras unos días a coger fuerzas en un sitio que te guste. Es muy enriquecedor ver como, cuando estás una semana en una ciudad, de repente lo notas como en casa. Cuando repites el camino al metro, al café o a cenar, la experiencia cambia.
De la esclavitud de la ropa. Yo ADORO mucho la moda, me encantan las tendencias y tengo mucha ropa (que he regalado en su mayor parte antes de irme) Pero es toda una experiencia vivir un año con 20 combinaciones distintas (como mucho) que es lo que dan de sí 6 camisetas, tres vestidos y cuatro pantalones. Y ahora ni eso porque poco a poco te hartas, ves que hay cosas que no te pones tanto, la mochila pesa… El caso es que mi mochila pesa 5kgs menos que cuando me fui. No ha sido solo ropa, he dejado atrás el libro y el cuaderno que llevaba, alguna crema y cosas así. Todo pesa y cuando te das cuenta de lo que no usas, es mejor liberarse. Y al final una se acostumbra hasta a las lavanderías. Merece la pena llevar menos peso y lavar.
De la báscula. Yo me pesaba a diario (MAAAAAALLLL) y ahora, pues no tengo ni idea. La única medida que tengo es mi ropa y como me deshice de mi pantalón más estrecho en Vietnam, pues el resto me queda igual que siempre. Pero lo mejor es que no me preocupa. Me da igual. Y eso no me había pasado nunca desde los 15 años. Supongo que no necesito la aprobación de nadie aquí. Espero seguir sin necesitarla.
En consecuencia, me he liberado de mirar lo que como. Como lo que hay, lo que me apetece y lo que me ofrece el sitio en el que estamos. Y me he dado cuenta de que en muchos muchos países las grasas saturadas, los precocinados y los ultraprocesados no forman parte de la dieta habitual mientras que en otros, sí. Y se nota mucho.
Del pasado y el futuro. No hay más que el presente. El hoy. Porque no tengo otra oportunidad de ver amanecer en Angkor Wat. Solo tengo este momento y si me distraigo pensando en qué voy a hacer cuando vuelva o en si le respondí mal a Fulanita en alguna vida anterior, en un pestañeo ha salido el sol y me lo he perdido.
De hecho, el día que visitamos Maya Bay, que es una playa espectacular en Koh Phi Phi (Tailandia), me perdí a un tiburón dando un salto con tirabuzón en la bahía porque yo estaba refunfuñando porque había demasiada gente en la playa. Que estaban allí pero estate a lo que estás Maricarmen, a mirar al horizonte y a disfrutar del momento. Porque si no, me lo pierdo.
Y por hoy, ya os he dado material para que os entretengáis 10 minutos con nuestras aventuras. Ya me gustaría prometeros que escribiré más pronto. Dejadme un comentario o algo y un abrazo enorme para todos y todas
Qué maravilla experimentar esa libertad y ese cambio de esquemas al menos una vez en la vida. Abrazos familia ! 😘
Carpe Diem que bueno es poder vivir el presente del hoy, además rodeada de tu familia y con las nuevas aventuras de cada día. Un fuerte beso y abrazo para todos de nuestra parte