Un lunes de 2014 salí de una clase de Gimnazjum1 sintiendo que no quería volver a entrar a ningún aula más.
Si eres profesor, ya sabes que hay días que dices “prefiero que me arranquen las pestañas con alicates que dar una clase más”. Pero no me refiero a eso. Ni siquiera se habían portado mal (signifique lo que signifique portarse mal).
Era algo más profundo.
Debía tener cara de marciano trasnochado porque un alumno se me acerco y me dijo:
—¿Está usted bien?
—¿Qué estamos haciendo todos aquí metidos? —le pregunté.
¿Aprendéis algo?
Y me dio una respuesta que cuando lo leas te va calar hasta los huesos como a mi. Al final te lo digo, déjame primero seguir.
No tenía control sobre ningún aspecto de la organización de las clases: los temas, los horarios o la evaluación. Ni siquiera podía dejar la puerta o las ventanas abiertas al salir al descanso.
Los timbres me causan terremotitos en los oídos y me generan mucha ansiedad. Me recuerdan a mis años en la escuela donde pasaba mucho tiempo expulsado en los pasillos, cerca de los putos timbres.
Tengo una dolencia llamada tinnitus que consiste en oír un pitido como cuando sales de un concierto, pero las 24 horas del día. Sospecho que los timbres escolares y los gritos alumnales tienen mucho que ver en esto.
Todavía hoy, cuando escucho un timbre escolar, me desasosiego.
Pero sigo, que me lías.
Recuerdo tener que vigilar los pasillos. Odiaba está práctica e intentaba esconderme. Profesores haciendo de centinelas, vigilando a alumnos que se sientan en el suelo a mirar el teléfono y comer galletas.
Las ventanas sin manivela para que no se puedan abrir, y las puertas de las clases cerradas con llave, para que los alumnos no entren en los descansos.
Si eres profe o madre polaca te parecerá normal, pero no lo es.
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Imagina que dejas salir a un león de su jaula. ¿Cerrarías después la jaula por si acaso el león quiere volver? ¿Para qué querría el león volver a su jaula?
¿Para qué querrían los alumnos entrar en su clase durante el descanso? Y si lo hacen, ¿dónde está el problema?
—Pero es que si no, los alumnos se meten en las clases, abren las ventanas, se lanzan al exterior…
He escuchado eso muchas veces. Los profesores y directores creen que gestionan un manicomio y toman medidas para prevenir eventos que nunca han tenido lugar.
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En general todo el programa educativo se basa en predecir lo que los estudiantes van a necesitar en el segmento temporal que va desde AHORA hasta el PARO.
Y tiene más fallos de predicción que una pitonisa.
Entonces, ¿dónde estaban los que sí podían tomar alguna decisión? Ministerios, gminas, kuratorium (Junta de Educación). Los directores de escuela en Polonia tienen más miedo que vergüenza así que no cuentan como decisores.
¿Qué hacen los profesores y los alumnos en un espacio sobre el que no tienen poder de decisión sobre las cosas más básicas? Te pongo algunos ejemplos:
Tarea obligatoria
Evaluación a través de un número mínimo de test y exámenes.
Pedir permiso para ir al baño.
Puertas cerradas con llave (¡Una sola llave para todos los profes! Esto es un disparate que da para varias niuslaters y dos películas de Almodóvar. Una vez me llevé la llave en el bolsillo por descuido y me llamó la directora cuando estaba en el autobús, para que regresara a la escuela)
No se puede evaluar el progreso continuo ni el esfuerzo.
Asistencia obligatoria y justificada.
Cuando suena el timbre todo vale.
Seguro que en las escuelas españolas también es así —Escucho desde el fondo.
No te quepa la menor duda de que lo que has leído ahí arriba es lo normal en toda Europa. Pero bueno, yo trabajo en Polonia y hablo de lo que he vivido.
Tarea para tu imaginación: en tu trabajo hay ventanas pero no hay manivelas. Tienes que pedir permiso para ir al baño y estás en constante vigilancia. Pero cuando suena un timbre puedes soltar el boli en el aire y salir corriendo.
Tú no puedes cambiarlo y tu jefe tampoco. Preguntas por qué es así y te dicen que serás un individuo más competente en el mercado, dentro de 10 años.
Las escuelas viven entre la confusión y la obsesión. Por un lado intuyen que algo marcha mal y por el otro, siguen obsesivamente las mismas normas que llevan frenando la educación doscientos años.
¿Por qué?
Yo tengo mi teoría: miedo.
Un día hice una pregunta muy sencilla de responder, pero que parece que nadie se para a pensar en una escuela polaca. Años más tarde, trabajando para la Embajada de Polonia hice de nuevo esta pregunta a un compañero.
La respuesta en ambos casos fue la misma.
La pregunta:
—¿Por qué hacemos esto? (esto = cualquier cosa administrativa)La respuesta:
—Porque puede venir una inspección.
Te dejo un momento para reflexionar esa respuesta.
…
¿Ya? Sigo. Esa respuesta encierra dos ideas:
Idea 1: la represalia se antepone a la finalidad.
El objetivo no es resolver un problema, sino evitar un castigo. Nadie sabe la finalidad y ni siquiera le importa, pero tiene claro la consecuencia de no hacerlo, aunque nunca la haya vivido.
Por ejemplo: rellenar y firmar un dziennik escolar (un diario de clase) no sirve para poder consultarlo en caso de sustitución, para comprobar la asistencia de Antek el 14 de mayo o qué hicimos el martes pasado.
Se rellena porque si viene una inspección puede haber problemas.
Llevar un registro del correo entrante en una Embajada no tiene más utilidad que la de poder demostrar al inspector, si algún día viene, que lo tenemos ✓✓.
Como me gusta el morbo igual que a ti, mi siguiente pregunta fue:
—¿Y qué es lo que sucede cuando llega una inspección y no está hecho?
—… (sonido del viento en el desierto de Oklahoma)
En cuatro años trabajando allí solo una vez vino una inspección y solo se preocuparon por las finanzas. Por más que pregunté, nadie puedo contarme algún caso en que una inspección hubiera abierto un expediente disciplinario en la Embajada.
Y motivos no faltaban, pero me callo.
En las escuelas en las que he trabajado nunca he visto una inspección, forman parte del imaginario colectivo y la mitología escolar.
Idea 2: la inercia se antepone a la posibilidad de mejora.
Es más fácil repetir lo que se ha hecho siempre que complicarse la vida probando a hacerlo de manera diferente, aunque ello pueda traer mejoras.
Ya sé que no podemos estar continuamente pensando en el porqué de cada paso que damos. Pero actuar por inercia para evitar un supuesto castigo, es vivir en la obsesión.
Educando en la obsesión
John Taylor Gatto, un profesor de Nueva York que recibió varias veces el premio al Mejor Profe de la Ciudad y Mejor Profe del año, escribió un libro igual de llamativo que su apellido: “Dumbing us down” .
Lo pongo en inglés para parecer más culto y porque no está traducido al español ni al polaco.
Este profesor, cada vez que se subía a recoger un premio, contaba que llevaba años enseñando lo contrario de lo que debería. Él lo llamaba el currículo oculto.
No voy a recomendarte el libro, porque corres el riesgo de sacar a tus hijos de la Escuela y me echarás a mí la culpa. Te hago un resumen sesgado como todo buen resumen.
Podría bastar con esta cita:
Ya nadie cree que los científicos se formen en las clases de ciencias o los políticos en las de civismo o los escritores en las de literatura. La verdad es que las escuelas no enseñan nada más que a obedecer órdenes.
Esto es un gran misterio para mí, porque miles de personas solidarias trabajan en las escuelas, pero la lógica abstracta de la institución abruma sus contribuciones individuales.
Aunque los profesores se preocupan y trabajan muy, muy duro, la institución es psicopática, no tiene conciencia.
Toca un timbre y el chaval que está escribiendo una redacción debe cerrar su cuaderno y pasar a otra celda donde tiene que memorizar que los humanos y los monos derivan de un ancestro común.
En su libro, Gatto expone lo que él llama: las siete lecciones del maestro de escuela. Y yo te las voy a comentar a la manera de Malprofe.
Las siete lecciones del profe de escuela.
(En las escuelas tradicionales, no enseñamos asignaturas, enseñamos Escuela.)
→ Lección 1: Confusión.
La primera lección es la desconexión del contenido. En las escuelas enseñamos demasiado y sin contexto ni conexión.
→ Lección 2: Posición de clase.
Ni siquiera sé quien ha decidido que un alumno pertenece a mi clase, pero no es asunto mío. Solo tengo que enseñarles que deben quedarse en la clase a la que pertenecen.
Los alumnos aprenden a aceptar su grupo, a envidiar las clases que van mejor y atacar a las que van peor.
→ Lección 3: Indiferencia.
Enseño a estar atentos en mi clase hasta que suena el timbre para desconectarse. Los timbres les confirman que no hace falta comprometerse con ninguna tarea.
→ Lección 4: Dependencia emocional.
Enseño a los niños a rendir su voluntad a la cadena de mando. Los “malos” se rebelan, por supuesto, pero hay procedimientos para someterlos.
→ Lección 5: Dependencia intelectual.
La gente buena espera a que la autoridad le diga qué hacer. Mis alumnos se sientan y esperan instrucciones.
Gran parte de la sociedad depende de esta lección aprendida.
→ Lección 6: Autoestima temporal.
Les enseño que su autoestima debe depender de la opinión de expertos certificados. Nada de confiar en sí mismos o en sus padres, necesitan que yo les diga lo que valen.
→ Lección 7: La intimidad no existe.
Les enseñamos que están bajo supervisión constante. No hay lugar ni tiempo privados para mis alumnos. Incluso me meto en sus hogares cuando les asigno deberes.
La séptima lección es dura de aprender pero fácil de enseñar. En redes sociales nos ceban con el derecho a la intimidad pero en las escuelas nos la pasamos por el claustro.
Los alumnos intentan robar unos instantes de privacidad en baños y pasillos pero están continuamente rodeados de sus semejantes. O vigilados por sus profesores.
No hay cámaras en los baños (todavía) pero seguro que recuerdas a los profes entrando en los baños "a ver qué están tramando” los alumnos.
Victor Frankl cuenta en “El hombre en busca de sentido” que una de las cosas más difíciles de aceptar en la vida en un campo de concentración es la falta de privacidad, solo equiparable a la falta de libertad.
¿Estoy comparando las escuelas con los campos de concentración?
No. Pero tengo claro que las aulas no son lugares para el desarrollo de las competencias para la vida. Solo hay un lugar en la escuela donde los alumnos aprenden eso: el recreo.
Las escuelas educan en la obsesión, porque crean un espacio-no espacio, un no-lugar estandarizado (como un aeropuerto) donde profesores y alumnos conviven en una continua obsesión.
Los alumnos no sienten compromiso con el centro. Para ellos hay dos bandos: alumnos Vs. escuela.
En este estado de obsesión, a menudo se confunde el respeto con la inercia y la disciplina:
Llamar al profe de usted.
Vestirse elegante para un examen (Matura2)
Levantarse cuando entra la directora o vicedirectora en clase.
Algo obvio: el respeto no tiene que ver con protocolos ni rituales. Se muestra día a día en la comunicación con los demás.
Recuerdo regresar de las vacaciones pensando qué contar cuando me preguntaran “¿qué tal las vacaciones?” Pero esa pregunta nunca llegó porque en un entorno obsesivo la empatía se resiente.
Las primeras palabras que me dirigieron fue un recordatorio de tareas y responsabilidades.
Ya sé que muchos funcionarios polacos (he trabajado con unos cuantos) quieren mostrar que son eficientes y trabajadores, pero hay ciertas formas de comenzar una conversación para demostrar que no te ha educado una manada de trolls.
(Sí, estoy resentido por aquello, ¿vale? Y déjame en paz.)
En 2014 yo tenía una hija y la convicción de que no quería esa educación para ella. Entonces me volví loco y…
Esto ya es un poco largo. Te lo cuento en el siguiente boletín (#5).
Por cierto, el alumno del que hablaba al principio me respondió:
—No se coma tanto la cabeza, estamos aquí para cumplir, no para aprender.
Para los que no hablan polañol: ahora el Gimnazjum de Polonia son 7º y 8º, en España 3º y 4º de Secundaria. Por cierto, ¿sabes de dónde viene eso de “Gimnazjum”? Sí, es evidente que de “gimnasio”, pero ¿por qué? Te hablo de ello en la #5.
El examen polaco al final del Bachillerato.