Premenoias
Premenstrual me pongo fatal. No siempre: cada tres o cuatro ciclos me toca uno benevolente, o por lo menos uno con el que no me entran ganas de llorar hasta leyendo las etiquetas del champú. Los hombres no tienen ni idea cuando atribuyen nuestra hostilidad a la regla. No, amigos, tatuáoslo en el brazo o donde haga falta: no es la regla, sino los días previos, los que nos muestran con una claridad inequívoca lo ineptos que sois. Por eso nos enfadamos con vosotros. No porque tengamos las emociones más a flor de piel, que también, sino porque la fase premenstrual desvía hacia propósitos más perentorios la energía que el resto del tiempo dedicamos a ignorar y justificar vuestras fantochadas y presunciones. De cuatro a diez días por ciclo, nos lanzamos a la yugular. Pero tranquilos. Que os sintáis en el epicentro del terremoto solo puede indicar que pronto nos bajará la regla, y entonces volveremos a ser correctas, agradables y complacientes, pasaremos por alto vuestros desplantes y perdonaremos vuestras numerosas ofensas… por un tiempito, al menos.
Mi amiga Amparo, pobre, es el contenedor de basura oficial de mis fases premenstruales. Y yo no reciclo nada. Todo al verde, sin filtro ni separación. La semana pasada, premenstrual perdida como estaba, le envié un audio kilométrico en el que me lamentaba por ser un espantajo indigno de convivir con el resto de seres humanos del planeta. También le compartí mi absoluta certeza de estar actuando como una niñata egoísta y destructiva en mi relación de pareja, y mi convicción innegociable de ser un fraude como escritora y guionista. «¿Cómo van esas premenoias?», me preguntó Amparo ese mismo día, por la noche. El concepto me gustó y ya lo hemos adoptado. Hemos: Amparo, yo y mi chico, que me dijo que lo iba a necesitar. Ya lo creo. Ya lo creo…
Pero no seré yo la que se queje por ser una mujer cíclica. Me he reconciliado con mis fases, las acepto y trato de darme lo que necesito en cada una de ellas. Es complicado viviendo en un mundo que te exige cosas todo el tiempo, claro. Me encantaría quedarme en la cama durmiendo como un lironcito el primer día de regla, por ejemplo, pero casi nunca es posible. Y cuando estoy premenstrual sería fantástico pasar del trabajo remunerado y dedicar todo mi tiempo a escribir, porque la imaginación se me coloca al mismo nivel que la mala hostia.
Y sí, la premenstrualidad nos afloja la lengua e intensifica nuestra creatividad, pero no voy a mentir: también es dura del copón y le sobran desventajas. Yo, que caigo redonda con solo tocar el colchón con el meñique del pie, en premenstrual me como con patatas el techo de la habitación, da igual lo cansada que esté. Voy por la vida tropezándome con cada esquina y pata de silla o sofá, se me resbalan los objetos de las manos, me corto cocinando. Me vuelvo olvidadiza y despistada. No hace mucho activé la Thermomix olvidando que la cucharilla que había utilizado para añadir miel al picadillo de verduras se había quedado dentro. Por suerte, solo fueron seis segundos a velocidad cuatro. La Thermomix sufrió daños menores. La cuchara, en cambio, quedó así:
Si alguna vez te respondo con más monosílabos de la cuenta, da por hecho que estoy premenstrual. Y considérate afortunado: me limito a lacónicos síes y noes porque la alternativa sería imprecarte y decirte sin ambages lo mucho que te detesto ahora mismo y lo mal que me viene cualquier mínima petición por tu parte. El agobio y la ansiedad no me son extraños, pero en fase premenstrual se disparan: descubrir que he olvidado comprar papel de cocina, que una amiga me cancele un plan o pisar una esponjosa pota de gatito en el pasillo son hechos que pueden desatar crisis nerviosas de las que, te lo aseguro, prefieres no ser testigo.
También lloro, claro. Y mucho. En fase premenstrual he llorado con las cosas más inesperadas y dispares: con la voz que anuncia por megafonía las paradas en el metro, escuchando intervenciones del Congreso de los Diputados —lo único que varía son los motivos por los que lloro en función del político que hable—, viendo vídeos de animalitos en Twitter o vislumbrando el nacimiento de una nueva hoja en alguna de mis plantas. De hecho, es el primer lloro intempestivo lo que lo confirma: bienvenida, querida, a una nueva frase premenstrual. Agárrate, que vienen curvas. Pero tranquila: como siempre, pasará. ¡Y el tibio sol de la inconsciencia te volverá a iluminar!
(De lo de sentir que en vez de en un cuerpo humano vivo en un globo aerostático —del que no llevo los mandos, huelga decirlo— ya hablamos otro día, si no te parece mal. Que por fin me ha bajado la regla y no me apetece recordar tiempos convulsos).
Hasta el lunes que viene,
Irene