La vaca Pes se hirió una pata al querer colarse por una alambrada rota, distraída por el olor del pasto que había al otro lado de la valla asesina.
Le dolía, le preocupaba, casi le obsesionaba quedarse coja para siempre.
Su marido, el toro Cham que miraba mucho el cielo nocturno, le explicaba que ese día los astros anunciaban para ella algún que otro contratiempo en su cuerpo. Su hijo, el ternero Pit le quitó importancia, “mamá, no exageres, tienes tres patas más”, dijo.
Ella fue al médico, el caballo Rek, buscando algún remedio para su pata herida y un poquito de alivio para sus pesares. El doctor equino la recibió con mascarilla y atrincherado tras un ordenador gigante. Le echó un vistazo a la pata de la vaca durante un segundo sin escucharla ni mirarla a los ojos. Escribió durante unos minutos sobre su ruidoso teclado y salió por la impresora un informe del estado de la herida y su evolución. “Eso es todo”, le dijo en la puerta.
Pes, caminó hacia su granja cojeando. Al pasar por el puente, dobló el inútil informe en forma de avioncito y lo lanzó al aire. El papel volador hizo una triple pirueta tan graciosa que la hizo sonreír. Y al caer al arroyo, la vaca vio como ese papel con sus inútiles frases escritas, empezaba a navegar, trayéndole bonitos recuerdos de su infancia y despertando su imaginación. Notó como su sonrisa, sus memorias y su fantasía le alegraban su antes compungido corazón.
Llegó a casa tan coja como salió, pero más reconfortada.
Esa noche, escribió en su diario antes de dormir: “me ha ido muy bien la visita al doctor…”.
III ¿Se puede aprender sin entusiasmo?