Conocí el budismo a través de libros, porque soy una buscadora y estudiante empedernida. Mi luna en géminis no está de adorno, eso es seguro.
Y me acerqué más profundamente en julio de 2013, cuando vino a Uruguay Tsoknyi Rinpoche. De camino al templo en Minas, los rayos de sol guiaban la entrada, desde ahí la experiencia me conmovió profundamente. Estuve todo el día muy sensibilizada. La actividad duró cerca de diez horas de un domingo.
Lo que viví allí con mi pareja se quedó en nuestro corazón varios días en medio del caos del trajín diario, de la oficina, y el hogar. Internamente algo sucedió.
La relación de pareja que teníamos en ese momento con quién hoy es mi esposo, me hacía mucho ruido. Quería entender muchas cosas. Nada de sentir, todo entender. Es una forma de empezar, no pasa nada.
Empecé a hurgar en las corrientes del budismo buscando esas respuestas, sobre todo dentro del budismo zen, una de las escuelas más conocidas de occidente.
Y qué magia la vida porque justamente, apartándose del conocimiento teórico o intelectual, el zen busca la experiencia de la sabiduría más allá del discurso racional.
Estuve más de un año saltando de libro en libro plantada en mi discurso ciego y la vida invitándome a otra mirada.
Hasta que llegué a una escuelita llamada Zendo de la flor dorada dirigida por Daniel Mariguetti.
Ningún copo de nieve cae en el lugar equivocado. Proverbio Zen
Primera vez en la escuela
Con Daniel aprendí a meditar.
Después de dejar mis zapatos en la entrada, una explicación corta sobre el zazen (1) y la postura correcta, una mirada conectada y un silencio profundo entre los dos y el resto de los practicantes, la meditación comenzó.
Era media hora de zazen (meditación sentado) frente a una pared en blanco, diez minutos de kinhin (2), (meditación caminando) y otros treinta minutos de zazen.
El inicio de la meditación fue muy raro, especulativo, mis pensamientos aparecían enrollados como madejas y se iban. Se mezclaban las voces de la calle con el silencio profundo del salón. Mis piernas se empezaron a dormir lentamente, sentí dolor en los tobillos (parecía que me preguntaban qué sucedía que no me levantaba y les respondía internamente que hicieran su parte lo mejor que podían, lo que sabían hacer: aguantar).
Primero un hormigueo, como una queja y me dejaron de doler.
En media hora pasé por varias etapas, los momentos del día iban pasando como una película, sentía alegría, agradecimiento, dolor, después sentí tristeza y lloré a borbotones, lo escribo y lo revivo. Volvía a chequear mi postura, mis manos, mi torso, mi mentón, volvía a la presencia mínima. Los pensamientos volvían, morían, nacían otra vez como cascadas interminables. Y el ejercicio de volver otra vez.
Que tortura no moverse, pensaba.
Tocaron las campanadas y comenzó el kinhin, una forma de meditación que se hace caminando. Fue un alivio.
Y junto a las campanadas otra vez la media hora de zazen. A los pocos minutos ya no eran los tobillos, dejé de sentir las piernas. Perdí total control sobre ellas. Me sentía solo un torso. Los pensamientos venían, morían, volvían a nacer. Volví a la postura, a la atención, ya estaba menos especulativa y más entregada. Cerca del final se me vinieron imágenes mías pidiendo y el llanto me inundó por completo.
Me tranquilicé, y el zazen terminó. Se hizo la lectura de un texto.
Compartimos un té y volví a casa, caminando.
Sin comprender nada, en mi primer día de meditación mi sabiduría estaba emergiendo, pedir era el secreto. Yo no lo veía. No tenía una comprensión profunda sobre mis pulsos ni nadie que me ofreciera una mirada ampliada. El conocimiento verdadero de mi misma vino después.
Hoy, 13 años más tarde releyendo las experiencias escritas de aquellos tiempos me sigo emocionando al recordar que la sabiduría está a nuestra disposición, es cuestión de hacer el espacio para habilitarla, para permitir que emerja y luego poder integrar esa vivencia.
No hay atajos. El espacio despejado permite que lo que necesitamos en este momento nos encuentre y nos atraviese.
Tal vez no terminamos de entender ciertas cosas porque vemos solo una pequeña parte, no importa, la intención subyacente de desarrollarnos, de equilibrarnos, de encontrar formas sostenibles de vivir es lo que permitirá que todas las piezas encajen de forma armoniosa para llegar a una congruencia mayor: que todos los aspectos del ser estén alineados.
Esta foto es del 2017, año en que nos casamos en una ceremonia budista en el mismo Templo, en Minas.
Zazen significa "meditar sentado" (za=sentarse, zen=meditación)
El término kinhin consiste en las palabras chinas 經, que significan "atravesar (como el hilo en un telar)", con "sutra" como significado secundario, y 行, que significa "caminar". Tomada literalmente, la frase significa "caminar derecho de un lado a otro".
Deberíamos vivir cada día como personas que acaban de ser rescatadas de la luna.
Thích Nhat Hạnh